Isaías 53:2

2. Es difícil no pensar en la cruz al leer este versículo. Jesús, el hijo de Dios. Joven, inocente y sin pecado emerge de la tierra clavado en una cruz. Allí arriba, despojado de toda belleza y majestad, se hace casi insoportable observarlo en su agonía.

Jesús vivió entre nosotros como cualquier otro hombre. En una familia, tenía hermanos y hermanas. Tenía un oficio. Pero, tal como anunciaba la Escritura, vino a sufrir y a ser rechazado por su pueblo. Ya desde su mismo nacimiento la sociedad no quiso hacerle un lugar. Fue obediente desde su niñez, tanto a su padre (Dios) como a su madre (María). Y creció fuerte, y Dios lo hizo grande en sabiduría, de tal forma que fue de agrado, tanto a Dios como a los hombres.

Fue el más humilde de los hombres, no sólo abandonó toda su propia gloria como Dios, también rehusó toda la gloria de este mundo. Por no tener, no tuvo ni un lugar donde recostar la cabeza. Toda la Creación es obra suya: Árboles, plantas y animales, fueron formados por sus manos, además, todo le pertenece. Sin embargo, fueron pocos los que le conocieron, o reconocieron. Aún así, a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre.

Conocer a Jesús siempre va a requerir un esfuerzo por nuestra parte. Lo más difícil siempre será despojarnos de todo prejuicio. No juzgarle por las apariencias, más bien, escudriñar bien las Escrituras con humildad, porque ellas hablan de Él.

Pero, el Evangelio no sólo hay que escucharlo, también hay que creerlo. Jesús no puede dejarte indiferente. Bien sea que le buscamos sinceramente o con prejuicios. Con Jesús no van las tintas medias. O le somos seguidores incondicionales, o nos oponemos a Él frontalmente

Pero, Jesús no es atractivo para este mundo. Los hombres prefieren a tipos como Barrabás para que les salve. Hombres que abogan por la violencia para “arreglar las cosas”. Hombres que roban y se enriquecen injustamente a costa de los demás.

El versículo, nos transporta con maestría a la futura pasión de Cristo. Al escarnio que tuvo que soportar, a los latigazos que precedieron la cruz, y a la terrible muerte que le esperaba.

Dios fue a la yugular cuando envió a su hijo. No trato el problema desde la lejanía, o como si fuera un asunto de poca importancia. En su hijo Jesucristo, adoptó personalmente la condición humana. Y se introdujo en esta trastornada y caótica humanidad para enderezarla de una vez por todas. Algo que la ley nunca pudo conseguir debido a la fracturada naturaleza humana. Sin embargo, a diferencia de los hombres, no lo hizo a través de la imposición, ni el autoritarismo, sino mediante la humildad y la sencillez. De hecho, tal y como nos dice la carta a los Filipenses, prefirió adoptar el estatus de esclavo.

Cristo es el modelo que ha de seguir todo cristiano. Porque él se humanó totalmente, fue uno igual que nosotros. Hubo una integridad total entre todo aquello que decía y todo aquello que pensaba y hacía. Fue impecable por dentro y por fuera, porque espiritualmente también fue escudriñado y no le fue hallada falta alguna. El mismo Cielo lo estuvo observando cada día de su existencia entre nosotros. Aún hoy persiste su obra a través de la iglesia, no deja de ser proclamado en todo el mundo. Y hoy mismo se encuentra sentado a la diestra del Padre aguardando el momento de su manifestación. Él es la Piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, tal y como nos dice el apóstol Pedro.

Aunque lamentando el hecho de que pocas personas creerán (v. 1), el remanente verá que nada en la apariencia del Siervo atraerá de inmediato a un gran número de seguidores (cf. v. 3). Creció… ante Dios como un brote tierno (es decir, vendrá de la descendencia de David; cf. 11: 1), y como una raíz en tierra seca, es decir, en un área árida (espiritualmente hablando) donde uno no esperaría que creciera una planta, y mucho menos grande. No tendrá apariencia de una persona de la realeza (en belleza y majestuosidad).

Sin embargo, crecerá ante él como un retoño. Este versículo se refiere a lo que se dijo anteriormente, que Cristo al principio no tendrá magnificencia o manifestación externa entre los hombres; pero que ante Dios será, sin embargo, grandemente exaltado, y tenido en gran estima. Por lo tanto, haremos bien en no juzgar la gloria de Cristo por la visión humana, sino en discernirla por fe a través de todo aquello que se nos enseña acerca de él en las Sagradas Escrituras; y por lo tanto la frase «delante de él», contrasta la percepción de Dios con la de los sentidos humanos, incapaces de comprender tan elevada grandeza. Casi la misma metáfora fue utilizada por el Profeta, (Isaías 11: 1) cuando dice: «Un retoño brotará de la estirpe de Isaí»; porque la casa de David era como una estirpe seca, en la que no se observaba ningún rigor o belleza, y por esa razón al tronco no lo llama casa real, sino «Isaí, » un nombre que no conlleva renombre alguno.

Este versículo profundiza en la naturaleza humilde de la persona y el ministerio del Siervo (cf. 52:14). En lugar de aparecer como un poderoso roble o un floreciente árbol frutal, el Siervo aparece ante el Señor como una hierba silvestre, un brote de una sola raíz, normalmente, no deseado (cf. 11: 1; 1 Sam. 16: 5-13). La palabra hebrea, yoneq, significa literalmente «amamantamiento», pero Isaías lo usó aquí alegóricamente en un sentido hortícola para describir a un tierno, dicho en otras palabras: un “chupón”.

Los jardineros generalmente cortan estos brotes tan pronto aparecen porque roban los nutrientes que necesitan las otras plantas. Otro paralelismo es el de una ramita que brota en un paraje estéril. Por lo general, estas pequeñas ramitas mueren rápidamente por falta de humedad. Estas figuras apuntan al origen aparentemente terrenal y natural del Siervo, con su árbol genealógico, y el medio espiritual árido en el que creció.

El Siervo, además, no tendría una apariencia vistosa que llamara la atención de la gente. No habría nada en Su apariencia o Su conducta que atrajera la gente a Él como una persona distinguida o singular (cf. David, 1 Sam. 16:18).

Los libertadores, por el contrario, son personas dominantes, contundentes y atractivas, que por su magnetismo personal atraen a las personas hacia sí mismas y las convencen para que hagan su voluntad. Las personas que se niegan a seguir su liderazgo con frecuencia son oprimidas o condenadas al ostracismo.

El hombre que nos describe Isaías no encaja en ese patrón en absoluto». Jesús entró en el mundo como un bebé, no como un rey. Nació en un establo, no en un palacio. Le pidió al gran predicador de su época que lo bautizara; Él no anunció el comienzo de Su ministerio públicamente ni convocó a todos para que presenciaran su bautismo. Ni tan solo Juan el Bautista llegó a reconocerle, primeramente; Se mezcló con la multitud y no destacó especialmente. Si bien hay otros pasajes de las Escrituras que ponen de manifiesto su poder para atraer a las personas, esta profecía deja en claro lo que algunos cristianos no han acabado de entender, que el Señor Jesucristo no tiene atractivo para el hombre natural. Si bien el poder de Su deidad fue en ocasiones evidente, y Su presencia era sin duda imponente. Aun así, “no había en Él nada para que le deseemos.”.

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Isaías 53:1

1. En este versículo se encuentran tanto la responsabilidad humana como la soberanía divina. Dios proclama su palabra por los medios que considera oportunos. Puede ser a través de la conciencia, la Creación, en su tiempo fueron los profetas, y hoy, mediante la predicación y el testimonio personal, pero sobre todo mediante su Palabra, las Escrituras, la Biblia.

Pero, es nuestra responsabilidad atender el llamado de Dios. Podemos recibir y leer el mensaje o dejarlo en el buzón. El mensaje salió de Dios, y si no hubiera salido de Él no tendríamos posibilidad alguna de recibirlo, escucharlo y creerlo.

Sólo a través de la oración podemos apelar a la Gracia divina para que actúe revelando el evangelio, bien a nosotros, o a otras personas.

A veces, es fácil preguntarse por qué Dios no responde, o por qué nos ha abandonado. Pero ¿no será que es Dios, precisamente quien se está haciendo estas preguntas? Porque, en realidad, no es tanto que Dios nos haya abandonado, sino que hemos sido nosotros los que le hemos dejado a Él.

Seamos conscientes o no, hay un cisma entre nosotros y Dios. Esta insalvable separación se llama pecado. Mientras exista este cisma, nuestro principal problema en la vida es restablecer el eslabón que nos unía a nuestro creador.

En su gracia, Dios ha permitido ciertos canales de comunicación. Los más importantes son la oración y el mensaje que encontramos en su Palabra. El abandono más grande que pueda sentir un ser humano, la soledad más absoluta que nadie pueda experimentar fue la que sufrió el Señor Jesucristo en la Cruz. Sin embargo, fue gracias a su sacrificio que hoy es posible acercarnos a Dios y comunicarnos con Él. Porque su sangre derramada en el monte Calvario quitó el pecado que impedía esa relación. Era él muriendo en nuestro lugar. Su sangre restablece el eslabón perdido.

La humildad es indispensable para absorber el mensaje del Evangelio. Cuanto más grueso es nuestro orgullo más difícil es escuchar a Dios. Jesús puso como ejemplo a imitar a los niños, como ellos debemos ser si de veras queremos entrar en el Reino de los Cielos. Porque, en el fondo, Dios sólo se revela a los que son como ellos.

En las Escrituras queda claro que sólo Dios puede darse a conocer al hombre. De nada sirve nuestro esfuerzo, o nuestra búsqueda si nuestro creador no toma la iniciativa. Él elige a quien revelarse, pero en su llamado Él no excluye a nadie. Él primero llama a todos, y luego escoge algunos.

Pero el Señor también se vale de personas como tú y como yo para darse a conocer. Nosotros también podemos preparar el camino para que Él se manifieste en los corazones de aquellos que nos rodean.

Cuando el Señor llama a nuestra puerta, en nuestras manos está recibirle. Si le aceptamos, si creemos en Él, el don que se nos otorga no es pequeño. Nada más y nada menos que ser hijos de Dios.

Pero, a veces, el mejor testimonio no da resultado, al menos a corto plazo. El apóstol Juan nos dice que los hermanos de Jesús no creían en Él. Y ¿quién pudo recibir mejor testimonio que ellos?

El problema con el mensaje del Evangelio nunca es que Dios no hable o no se manifieste. El problema es que el corazón del hombre es duro como una piedra. Siempre tardo para oír la voz de Dios. A veces, el Señor tiene que ironizar hablando de su pueblo preguntándose si realmente hay alguien que esté escuchando “¿Quién ha creído nuestro anuncio?”.

Pero el Evangelio sigue siendo poder de Dios. Poder para salvar a todo aquel que cree. Y siempre está a nuestro alcance. Por fe y para fe vendrá a nosotros en forma de justicia. Por ella somos declarados justos, y por ella andamos por caminos de equidad y rectitud.

No hay otra forma de alimentar nuestra fe que no sea a través de la absorción de la Palabra de Dios. La Palabra de la Cruz es locura para todos aquellos que se pierden, pero a los que se salvan es poder de Dios. Por la Palabra Jesucristo es una realidad en nuestras vidas. Poder y sabiduría de Dios.

Dios no ciega a nadie. Es el “dios” de este siglo quien ha ofuscado el entendimiento de los incrédulos. Por ello necesitamos su luz. Por ella son abiertos los ojos de nuestro entendimiento. Sólo en ella podremos disfrutar de las riquezas de su gloria, y la grandeza de su poder obrando en y a través nuestro.

Ciertamente, fueron pocos los que reconocieron a Jesús. Es por ello por lo que, por un lado, debemos estar gozosos y agradecidos, pero por otro, debemos estar alerta no sea que, también por nuestra incredulidad, lleguemos a olvidar su salvación, tal y como hizo Israel.

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Mateo 1:25

25. La fe de José no fue espontánea. Tuvo su continuidad en el tiempo. Supo esperar a que naciera Jesús para tener relaciones con su esposa. Y, tal y como le fue encomendado por el ángel, permitió poner por nombre Jesús al hijo de Dios. Jesús significa “Jehová salva”, aunque su título mesiánico era “Emmanuel”, esto es: “Dios con nosotros”. Mateo concluirá su Evangelio con este mismo tema al reproducir las palabras de Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días”.

No pasamos por alto el hecho que Jesús, siendo el primogénito de la familia, no sería hijo de José. En aquellos tiempos, el primogénito era una figura muy importante tanto en la ley como en la sociedad judía.

Tal y como encontramos en el libro de Éxodo, todo aquel que abre la matriz de una mujer es apartado para Dios. Y he aquí el primogénito de todos los primogénitos. Porque nadie como Jesús pertenece a Dios, y nadie como Él hizo su voluntad desde el primer momento.

Sus atributos divinos se hicieron manifiestos durante todo su ministerio. Él podía perdonar pecados porque siendo el Hijo de Dios, era Dios mismo. Sin embargo, fue un hombre como cualquier otro de su época. Soportando la dureza de la vida y disfrutando de ella igualmente. Trabajaba de carpintero, tenía padres, y hermanos, y antes de sus años de ministerio, su vida era tan cotidiana como la de cualquier otro israelita. No gozó de ningún privilegio por ser quien era, el Hijo de Dios. Era tal su humildad que incluso al nacer no hubo sitio para él en este mundo aparte de un establo con animales. Cumplió con la ley desde el principio, siendo circuncidado al octavo día.

Ahora, Jesús, es nuestra imagen. Como creyentes debemos seguir sus pisadas, él es el primogénito de una gran familia: Su familia somos aquellos que ha salvado muriendo en la cruz en nuestro lugar. Por esa muerte hemos sido redimidos, y por su resurrección hemos vuelto a nacer juntamente con él.

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Mateo 1:24

24. José, entonces, una vez recibió el mensaje de parte de Dios despertó. Justo lo que la Palabra de Dios debería producir en nosotros: “Despertar”. E inmediatamente asumió sus responsabilidades y obedeció. La sujeción que debemos a Dios nunca debe ser como la del trabajador con su capataz: Contractual y por pura conveniencia. Sino más bien como la del hijo con su Padre: Apasionada y desinteresada. José no podía asumir aquella responsabilidad a desgana ni a regañadientes. Tenía que hacerlo movido exclusivamente por el amor. El amor que Dios había puesto por su esposa, a pesar de lo extravagante de la situación.  

Los grandes cambios en la historia siempre han venido de la mano de la obediencia de hombres y mujeres de Dios. Fue por fe que Noe obedeció a Dios construyendo el arca que salvó su vida y la de su familia precipitando el justo juicio de Dios sobre la Tierra. Fue por la obediencia que Abraham validó su fe llevando a su querido hijo al monte Moriah. También por fe Moisés obedeció rechazando ser llamado hijo de Faraón prefiriendo pasar aflicción en el desierto con el pueblo de Dios. Por la fe, también Rahab la ramera fue justificada cuando obedeció recibiendo y protegiendo a los espías de Israel. 

Se nos dice que José fue despertado del sueño. Benditos somos cuando Dios nos levanta para hacer su voluntad. La rapidez y determinación de José, que aquí se describe, atestiguan la veracidad de la fe de José, así que sólo podemos elogiar su obediencia. Porque, si no  hubiera sido quitada toda objeción y no hubiera sido aplacada su conciencia, nunca habría procedido con tanta determinación, con un cambio de opinión tan radical. En aquella sociedad y aquellas circunstancias, seguir con su esposa era una insensatez que sólo podía contaminarlo. El sueño debe haber dejado en José la imprenta divina porque le quitó toda sombra de duda. Luego la fe tuvo en él su efecto. Habiendo aprendido la voluntad de Dios, no titubeó en prepararse para obedecer.  

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Mateo 1:20-23 (b)

21-23. El propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo no fue otro que el de servir y dar su vida en rescate por muchos. Un encuentro con Jesús no puede dejarnos indiferente. O lo rechazas de plano, o transforma totalmente tu vida. Porque no hay remisión de pecado en otro nombre. Toda la Escritura, de Génesis a Apocalipsis lo anuncia.

Jesús es la ofrenda expiatoria por el pecado que el Pueblo de Israel ejercía en el Antiguo Testamento a través del sacerdocio levítico. Vino a su debido tiempo para ocupar nuestro lugar en la cruz y para que seamos salvos de una generación malvada y perversa. En su sangre hay poder para perdonarnos, pero también para redargüirnos (corregirnos) y protegernos. Él nos ha trazado el camino del verdadero amor, el de la auténtica entrega y sacrificio. Aquel que de verdad agrada a Dios. Hoy, como comunidad, su iglesia tiene una oportunidad de oro para vivir el camino de amor que Jesús mismo trazó.

De Jesús, se nos dice en el libro de Apocalipsis que es el testigo fiel, aquel por el cual podemos conocer verdaderamente a Dios. El primero y único ser humano que ha vencido la muerte. El que gobernará todos los reinos de la tierra con justicia y equidad; Él es también el que ha redimido un pueblo con su sangre para compartir con él su Reino y su sacerdocio. Así que, en lo que refiere a los que le hemos creído, las buenas obras no son una opción, son el resultado de la expiación y la purificación que la sangre de Cristo ha hecho en nosotros.

El nombre de Jesús está relacionado con la salvación que vino a traernos. Porque Él, ciertamente es el autor de nuestra salvación. Vino a salvar su pueblo perdido. Muerto, en realidad, en sus delitos y pecados. Si Cristo es el salvador de la humanidad, fuera de él no tenemos esperanza alguna. De hecho, la muerte lo viene anunciando desde el principio. El juicio de Dios así lo ha decretado. No hay escapatoria. Porque el pecado es quien, en realidad, nos priva de la vida.

La declaración del ángel nos hace ver cuál es el nivel de nuestra corrupción. Que todos los hombres y mujeres somos menesterosos de la Gracia de Dios. Que somos esclavos del pecado. Y que en nosotros no existe nada que se parezca a la justicia verdadera.

Así que, Cristo es nuestra salvación: Por un lado, es nuestra expiación en términos absolutos. Nos trae un perdón totalmente gratuito que nos libra de nuestra condena: La muerte. Al mismo tiempo, nos reconcilia con Dios. Incluso nos libra de la tiranía de Satán para que vivamos a la justicia, tal y como nos dice el apóstol Pedro. Por lo tanto, nuestra confianza ya no está en nuestras obras, ni en nuestras capacidades, sino en el poder que emana de la cruz.

Es cierto que cuando el ángel dice “su Pueblo” se está refiriendo al Pueblo de Israel, pero no podemos perder de vista que pronto los gentiles iban a ser incorporados, según la promesa hecha a Abraham. Por lo tanto, la promesa de salvación alcanza indiscriminadamente a todos los que son incorporados por fe a “un solo pueblo”.

A veces, la grandeza de la Biblia no está en lo que entendemos, sino en lo que nos es velado. Qué claro estaba en las Escrituras que Dios se haría hombre naciendo de una virgen. Sin embargo, el Mesías sólo fue reconocido por unos pocos escogidos.

Las Escrituras son “el periódico” de Dios. En ellas sus “periodistas” nos hablan acerca de
Él, de la vida, y del hombre. En ella leemos acerca del pasado, el presente, y el futuro. “Dios con nosotros”. En estas pocas palabras encontramos la humanidad, la deidad, y el propósito de su venida: “Dios con nosotros”, este es Jesús.

Dios no ha dejado de transmitir su mensaje y sus intenciones a través de su Pueblo. El rey David tuvo una relación especialmente estrecha con el Señor. Dios siempre ha sido fiel a su Palabra y ha cumplido siempre sus promesas. De la descendencia de David vendría el Mesías, y así fue. Nadie a conseguido acallar la voz de sus profetas. Muchas otras profecías se cumplieron en Jesús. Como que vendría de Egipto tras refugiarse allí hasta la muerte del rey Herodes, o que viviría en Nazaret. En Jesús convergen la ley y los profetas. Él es el cumplimiento de la Palabra en todos los sentidos.

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Mateo 1:20-23 (a)

21-23 (a). Efectivamente, María tendrá un hijo, un varón al que llamarán Jesús. Porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. El propósito de su nacimiento no será otro que culminar la salvación de su Pueblo. No sólo es una salvación expiatoria. El poder de esta salvación será tal que, por ella, Jesús formará un pueblo santificado, porque el pecado ya no se enseñoreará más de él. Sin duda, nos encontramos ante el anuncio más importante de la historia.

Muchos otros nacimientos milagrosos fueron necesarios para levantar hombres de Dios. Fueron figuras de este Jesús, o eslabones de su árbol genealógico. Algunos ejemplos son el nacimiento de Isaac, que fue de un vientre estéril como el de Sara. O la madre de Sansón, profeta escogido por Dios para librar a su pueblo del yugo filisteo, que también era estéril.

Así que, aquí nos encontramos a Jesús, nacido de mujer, bajo la ley, en el tiempo dispuesto por Dios. Él cumplirá la ley, y tomará nuestro lugar en la cruz para pagar todas nuestras transgresiones, delitos y pecados.

Como era tradición, el nombre del hijo lo designaba el padre, por eso el ángel (o enviado) de Dios anuncia su nombre: Jesús. Jesús y Josué son prácticamente el mismo nombre (Joshua, Jeshua). Ambos significan Jehová es mi ayuda o Jehová es mi salvación. A Oseas, hijo de Nun, Moisés le cambió el nombre y le puso Josué, quien más tarde sería su sucesor. Por otro lado, podemos añadir que tanto Jesús como Josué eran nombres comunes de la época y el lugar donde nació nuestro salvador.

La misericordia tan anunciada a lo largo de toda la Escritura está a punto de cumplirse. La tan deseada redención de nuestros pecados. Día de gozo y de canto. Día en que el enojo y la indignación de Dios se apartan para dar lugar a su consolación. Ya está aquí nuestra salvación. Estaremos seguros y confiados. No temeremos porque Él, ciertamente, es nuestra fortaleza. Porque en ningún otro hay salvación. Aquí está Jesús, y no hay otro a quien poder dirigir la mirada.

Él es la prometida salvación a Israel. Aquel que lo justifica, lo vindica y lo hace justo. Él será como agua purificadora. Limpiará a su pueblo de sus pecados.  Arrancará de raíz toda idolatría. El calendario de Dios se ha cumplido, y lo seguirá haciendo. El Rey prometido a Jerusalén ha llegado, y su Reino acaba de inaugurarse.

Aquel que ha venido a salvar lo que se había perdido. El cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dios entregando a su propio hijo para que podamos ser salvos. Porque en nadie más hay salvación. Sólo creyendo en él podemos ser salvos. Sólo por él podemos ser reconciliados con Dios.

Jesucristo vino a formar su iglesia y a amarla. Esa es la característica principal del Señor Jesucristo con su pueblo redimido. A los esposos nos es ejemplo de cómo debemos amar a nuestras mujeres. Ejemplo nos ha dado con su sacrificio, entrega, y cuidado. Cuán distinta sería la vida si tuviéramos consciencia del amor de Dios por nosotros, su iglesia.

La labor de Jesús también es de reconciliación. Allí donde Él está hay paz y concordia. Él crea la armonía necesaria entre Israel y nosotros los gentiles. De ambos pueblos hizo uno. Por su sangre ha reconciliado el Cielo y la Tierra.

Pero, ante todo, Jesús vino a salvar pecadores como tú y yo. Cuán glorioso fue el día en que nuestros ojos fueron abiertos para ver nuestro pecado y nuestra necesidad de Jesús. Él es ahora nuestra esperanza. Y su cometido es provocar una respuesta en nuestro ser que nos impulse a imitarle en sus obras.

En su luz tenemos comunión, nos podemos amar tal y como Él nos ama, y su sangre nos limpia de todo pecado. Él es nuestro abogado, el que, con su muerte, ha sido nuestro sacrificio expiatorio. A Él le ha sido dado toda autoridad. Él es el Rey de Reyes y Señor de Señores. Y reinará sobre toda la Tierra. Él está creando un Reino de sacerdotes para servir al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. En su sangre, todos nuestros pecados son quitados.

Si Dios dio a su propio hijo por nosotros ¿Cómo no nos dará también con Él todas las cosas? Él se hizo pecado ocupando nuestro lugar en la cruz para que nosotros fuéramos justicia de Dios. Gracia y Paz son el precioso legado de su primera venida ¿Cuál no será el de su segunda cuando venga en gloria y gran poder?

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Mateo 1:20

20. Después de que José tomara la decisión de separarse de María. En medio del sueño de la noche, Dios interviene con la aparición de un ángel. Resulta reconfortante ver cómo Dios interviene cuando ya hemos llegado al límite de nuestra incomprensión para hacernos ver las cosas tal como son.

Una vez más, la irrupción del Espíritu Santo nos hace ver que Él no ha dejado de observar e intervenir en la historia, especialmente en aquellos momentos en los que se inicia un nuevo episodio de la humanidad.

Dios habla, a veces, a través de sueños. No son sueños comunes, fruto de nuestras experiencias cotidianas, o de nuestro temperamento, o de cualquier indisposición fisiológica. Se tratan de revelaciones inequívocas de Dios que no dan lugar a dudas.

El Señor se compromete a guardar y guiar al justo. Incluso a través de caminos tortuosos y de perplejidad. Él es el bálsamo de las quemaduras que nos produce el sol, nuestro consuelo en medio de la angustia. A quien podemos acudir cada mañana en busca de auxilio y dirección.

Los creyentes, también podemos pasar por situaciones de incertidumbre y desconcierto. De repente, la vida de José se viene abajo ante la, aparente, evidencia de adulterio de su desposada. Pero Dios, a través del ángel, elimina cualquier sospecha de culpa. Le asegura la inocencia de María, y reitera la validez de su compromiso. Una vez limpia su conciencia, el ángel le hace ver su elevada posición al recordarle cuál es su ascendencia: El mismo “Rey David”. Con ello, José podía entender que él mismo era un importante eslabón de una genealogía por la cual vendrá la salvación del mundo y la instauración del Reino de Dios.

La vida del creyente no es tanto confiar en su propia prudencia, sino más bien ir deshaciéndose de ella para confiar en el Señor completamente. Reconociéndole, el Señor va dando luz a cada paso que damos. Aquel que confía en el Señor duerme tranquilo, el que es justo es recompensado con sensatez. La guía de Dios no le faltará, porque sabe que su voluntad es siempre agradable y perfecta.

La labor de los ángeles se hace manifiesta a lo largo de toda la Escritura, del mismo modo Dios habla en sueños transmitiendo instrucciones a sus escogidos. También hoy ordena nuestra mente y la prepara para todo lo que tenemos que afrontar. En las Escrituras, el descanso mesurado está relacionado con la comunión con Dios. Es cuando nos prepara y nos da instrucciones. De ahí, la santidad del Sabat y de las fiestas que Dios establece en el Antiguo Testamento.

El único Dios verdadero ha permanecido fiel a su pueblo y a sus propósitos desde el comienzo. Él ha guiado a su Pueblo desde Abraham. Paradójicamente, igual que con su antecesor “José” hijo de Jacob, una nación pagana como Egipto será refugio donde guarecerse de su propio pueblo.

El mensaje a José es claro. No tengas miedo. Aquellos que por la gracia de Dios formamos parte de su pueblo no debemos tener miedo. Porque la salvación de Dios vendrá en el momento adecuado. Nuestra fe, y nuestra esperanza es probada constantemente. Aunque no lo entendamos, Dios tiene que conducirnos muchas veces por senderos extraños que no hemos escogido. A veces, es necesario el exilio. Egipto y Babilonia son claros ejemplos en la Escritura. En ocasiones, vivir en tierra extraña y servir a paganos forma parte de la estrategia divina en medio de un mundo caído y enrevesado. Así que, no temamos, porque nosotros, al igual que María, también hemos hallado gracia delante de Dios, y la esperanza de la Resurrección descansa en el hecho que Él, ya no está entre los muertos.

Nos hallamos ante un hecho único en la historia de trascendencia universal. Dios escoge a María para concebir su hijo. El Dios eterno se humana, y se hace como uno de nosotros. Su madre será María, y su Padre será el Altísimo. El único Dios, que creó los Cielos y la Tierra. Él es el que vencerá al mundo. Él es nuestro Salvador. Su victoria es también la nuestra por la fe que hemos depositado en Él.

Jesús fue concebido como el último eslabón de una genealogía que empieza en Adán, pasando por Abraham, Isaac, Jacob y Judá. No fue concebido por voluntad de varón, sino de Dios mismo, su Padre. Al ser su madre María, no sólo es completamente Dios, también es totalmente hombre. Quien reconoce a Jesús, reconoce a su Padre. Él es su unigénito, por lo tanto, no hay otra forma de llegar a Dios. Además, Jesucristo ha vencido la muerte. Su resurrección en las Escrituras es comparada con un segundo nacimiento.

Por el Evangelio, hemos nacido de nuevo, y podemos hacer, por el mismo poder del Espíritu Santo, que otros también nazcan. Creyendo, no sólo nacemos de nuevo, también somos engendrados de Dios, pasando a ser también sus hijos.

El ser hijos de Dios no sólo nos justifica, también nos hace justos (por sus frutos los conoceréis), e impide que el pecado vuelva a anidar en nuestras vidas. Otra característica fundamental del Hijo de Dios es el amor, porque Dios es amor. Porque hemos sido engendrados por él, hemos vencido al mundo por medio de la fe. Siendo quien es nuestro Padre, ahora el maligno no nos puede tocar, porque Dios mismo, nos ha capacitado para no pecar.

Aunque, según nuestra percepción, la situación sea complicada y no veamos una salida. Sabemos que, a pesar del silencio de Dios, Él sigue teniendo todo bajo control. Hay ocasiones en que Él pone a prueba nuestra paciencia, pues en su sabiduría, ha designado unos tiempos que no son necesariamente los nuestros. Su tardanza, aunque no lo creamos, es para nuestro beneficio.

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Mateo 1:19

19. Sorprenden, en este pasaje, la bondad de José. A pesar de lo incomprensible de la situación, y de la lógica decepción que tuvo que pasar. Aun así, quiso dar un voto de confianza a María, evitando ningún tipo de juicio o condena sobre ella.

Se nos dice que José era justo, y sin embargo quiso evitar males mayores divorciándose de ella. No se dejó llevar por el enojo, ni quiso lapidarla con todo el peso de la ley como muchos hubieran hecho. Su gentileza le llevó a adoptar un método más moderado, fruto del amor y la mansedumbre.

Su decisión fue dejarla en secreto e irse algún lugar distante, ello se ajustaba a la ley. Y con ello conseguía atenuar la condena que hubiera caído sobre su desposada. Pero, gracias a la intervención de Dios mediante revelación angelical, José fue preservado de peligros inminentes que sin duda les hubieran acontecido.

Una vez más Dios obra sus planes a través de la confusión y el caos. Tanto José como María vieron sus vidas trastornadas. José no podía dar crédito a lo que oía, y María se vio envuelta en un lío descomunal que, por otro lado, ella no había buscado. En definitiva, la fe en ambos fue puesta a prueba. Si bien todo aquello lo había encendido Dios mismo según su providencia, también es cierto que fue Dios quien impidió que ninguno de los dos se perdiera o sufriera daño alguno. Al contrario, gracias al caos inicial, las vidas de ambos fueron reconducidas con un glorioso propósito.

La familia de Jesús pasó la prueba antes de formarse. Una vez más el Señor se manifiesta a personas débiles, frágiles, comunes incluso ignorantes y falibles, pero fieles.

Una vez más vemos como el justo y el fiel, a veces tienen que pasar por tenebrosos parajes. Pero, incluso allí no se apaga la luz que los guía y los ilumina. Porque José, demostró ser compasivo y misericordioso. Supo compaginar la Justicia y la Gracia, que es el verdadero espíritu de la Escritura.

José es reconocido por su ascendencia, ya que pertenece a la genealogía de David. Aquí se demuestra que él es también parte de la promesa, y tiene un papel crucial en el nacimiento de Jesús. José fue un hombre de fe. Creyó al ángel cuando le dijo que María estaba embarazada del Espíritu Santo. Y no dudó en actuar en consecuencia.

Estos son los hombres y mujeres que Dios utiliza a lo largo de toda la Escritura: Fieles, justos, compasivos y temerosos de Dios.

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Mateo 1:18

18. El origen de Jesús fue este: María. Resulta difícil no evocar el libro de Génesis y la promesa que Dios hizo a Eva. El texto también deja claro que Jesús era como nosotros. “Un hombre hecho y derecho”. Nacido de mujer, tenía un cuerpo como el nuestro y era totalmente humano como nosotros. Prueba de ello podía dar su madre.

Jesús es un “skandalon” (escándalo, ofensa, tropiezo) desde el primer momento. Si no, que se lo digan a José. Después de desposarse con María, tiene que encajar que su desposada, sin haberle sido infiel, está embarazada, y presuntamente, del Espíritu Santo.

José tuvo que creer algo tan inaudito como que el mismo Espíritu Santo fuera el padre biológico del hijo que esperaba María. Madre del Mesías prometido, el nuevo Adán que tiene que dar comienzo a una nueva humanidad ya sin pecado.

Era costumbre que los matrimonios hebreos fueran acordados por los padres. Las condiciones de este eran negociadas por ellos. Una vez se alcanzaba un acuerdo, ambos contrayentes eran considerados marido y mujer. A partir de aquí se iniciaba un periodo de espera de un año, llamado desposorio, en el que ambos conyugues, aun siendo marido y mujer, vivían por separado cada uno en su casa sin llegar a consumar el matrimonio.

Este periodo de aguardo era para demostrar la veracidad de la promesa de pureza de la novia. Era obvio que, si era hallada en estado durante este periodo, se haría notoria su infidelidad. En ese caso, el matrimonio podía darse por anulado.  Por el contrario, si durante este tiempo la novia conservaba su castidad, el novio, finalmente, iría en solemne y festiva procesión a casa de sus suegros para tomarla y llevársela a su propia casa para consumar el matrimonio, esta vez físicamente y con todas las de la ley.

Así que, ahí estaba el descendiente de David del que tanto hablan las Escrituras. El tiempo se ha cumplido, ya está aquí el Salvador de este mundo.

La señal era clara desde el profeta Isaías. Una virgen concebirá. Tendrá un hijo, y su nombre será Emmanuel, o Dios con nosotros. Lucas nos traza la genealogía de José hasta Adán. Dando a entender el propósito de Dios de traer un nuevo Adán. Uno sin pecado que sustituya el primer hombre. Dios ha preparado un nuevo comienzo para la humanidad. El Eterno se hace hombre, y viene a nacer de forma milagrosa en el momento adecuado. El unigénito Hijo de Dios, llevaba la imprenta de su Padre en el rostro. Aquellos que lo vieron, vieron al Creador de los Cielos y la Tierra. Nacido de Mujer, bajo la ley. Totalmente hombre, y totalmente Dios. Vivió sin pecado cada minuto de su vida. Con su venida, empiezan los últimos tiempos. Puntual vino, y puntual pronto volverá.

Esta será una concepción única. No ha ocurrido nada parecido antes. Que del Espíritu Santo y una Virgen nazca un ser humano. Hijo de Dios e hijo de mujer. Resulta difícil guardar un sano equilibrio para entender la completa humanidad de Dios (Jesús se formó en el útero de su madre como cualquier otro bebé antes de nacer). Pero, a su vez debemos entender que Jesús no se dejó por el camino un ápice de su deidad. Nunca dejó de ser completamente Dios. Por ello, no ha habido, de los nacidos entre mujer, hombre más justo, puro, y santo.

LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo tiene un papel preeminente en toda la obra de Dios, pero especialmente en estos últimos tiempos. Él siempre es sinónimo de fecundidad y poder. Por Él concibió María a Jesús, por el somos bautizados, alabamos y bendecimos a Dios. Jesús mismo fue llevado y dirigido por Él. Es considerado por Jesús como el don más grande que nos puede dar Dios el Padre.

El Espíritu Santo está presente constantemente tutelando los planes de Dios Padre y Dios hijo. Por Él es concebido Jesús. Él fue entregado por Jesús a sus discípulos. Y de los discípulos se ha ido pasando generación tras generación. Él es el transmisor de los planes de Dios. Él es el que capacita y dirige a su Pueblo. Es nuestra responsabilidad que hoy otros lo reciban también a través nuestro. No tenemos otra forma de enfrentarnos al maligno. Él está asociado a la bondad, a la fe, y al gozo. Por Él, se hace manifiesta tanto la Gloria de Dios como la podredumbre y la miseria humana. Él es el pegamento que hace posible que la esperanza se adhiera en nuestros corazones y nos llene de ilusión. Él desatasca nuestras arterias bloqueadas por el pecado para que el Amor de Dios fluya con total libertad. Él es el tutor de nuestra conciencia, mostrándonos lo que nos gusta, y lo que no nos gusta ver. Él es el que nos hace vivir en el Reino de Dios ya aquí en la Tierra mostrándonos caminos de justicia, gozo, y paz.

Hoy, el Espíritu Santo habita en nuestros corazones. Nuestro cuerpo es su templo. Y ya no somos nuestros. Sólo por Él podemos proclamar: ‘Jesús es el Señor’. Su presencia debe ser notoria a todos aquellos que nos observan.

Es por la humanidad de Jesús, que nosotros, los que hemos creído, hemos sido adoptados. Nuestras palabras por sí solas no pueden tener efecto alguno en aquellos que nos rodean si el Espíritu Santo no las usa con poder. El Espíritu Santo hace posible que el Señor se manifieste en nuestras vidas. Él custodia nuestra salvación, y la verdad que nos ha sido encomendada. Él nos renueva cada día. Su efecto regenerador es continuo. Él es soberano y se manifiesta cuando Él quiere. No hay otra forma de predicar el Evangelio si no es a través de él. Sólo por él nos puede llegar la Palabra de Dios, y sólo él puede abrir nuestros oídos. Sólo por Él es posible orar, y que Dios nos escuche.

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Salmo 26:10

10. Como vimos en el versículo anterior. El engaño y la violencia van siempre de la mano. La corrupción característica de nuestros tiempos es fruto de las artimañas y sobornos que obedecen a la codicia del ser humano. Ningún tipo de religiosidad puede justificar este tipo de comportamiento.

La cobardía característica de aquel que practica el engaño le obliga a granjearse individuos de su mismo perfil. Saben que obrando en manada tienen más posibilidades de llevar a cabo sus planes.

Vivimos, y siempre ha sido así, en un mundo lleno de injusticia, donde el pobre es oprimido y el poderoso hace su voluntad sin preocuparle si está bien o está mal. Pero, las Escrituras están llenas de advertencias anunciando que al final Dios hará justicia. Y que dará a cada uno conforme a sus obras.

El malvado lo es constantemente, incluso cuando duerme. Tiene la capacidad de camuflarse y siempre se caracteriza por un desenfreno desmedido para satisfacer sus caprichos.

Otra característica del malvado es la labia. Utiliza con destreza la lengua, pero para engañar, herir, y causar confusión.

Las grandes ciudades que hoy se yerguen desafiantes al cielo con sus altos edificios son criaderos de violencia y rencillas alimentados por la codicia. Por sus calles se pasea, a sus anchas, la iniquidad y la maldad, el fraude y el engaño.

La codicia lleva al hombre inexorablemente a la violencia. Porque nada detiene su afán de acumular riqueza a costa de quien sea. No les importa la justicia, tan solo satisfacer su ávido estómago.

Si nos apartamos de la verdad, inevitablemente acabaremos matándola. Fueron el engaño y la mentira las armas que utilizaron los escribas y sacerdotes para matar a Jesús. Debemos tener cuidado con todo aquello que hablamos o acordamos, porque la mentira no descansa hasta que asesina la verdad.

Como cristianos no debemos caer en la trampa de la codicia. Nunca debemos anteponer nuestro beneficio a la justicia. Debemos huir de toda forma de soborno, o acepción de personas. La codicia va actuando soterradamente en nuestro corazón. Lentamente va cegando nuestros ojos impidiéndonos adquirir sabiduría, pervierte además nuestras palabras alejándonos de la rectitud y el verdadero sentido común. La corrupción recorre nuestro ser impregnando cada rincón de nuestra alma. Sin darnos cuenta, terminamos dando más valor a los bienes materiales que a la dignidad de las personas.

Participar del gozo que Dios tiene sus condicionantes. Requiere andar por caminos de justicia, no negar la verdad a nadie, no participar del abuso o la explotación, desechar cualquier ganancia deshonesta, sacudirnos las manos de toda forma de corrupción, apartarnos de cualquier tipo de violencia, y cerrar los ojos a cualquier forma de perversión.

Si nos olvidamos de Dios, si no dejamos que nos gobierne, con toda probabilidad caeremos en el lazo de las ganancias deshonestas. Priorizaremos el rédito y la usura a la humanidad y al respeto que merece todo ser humano. Pero, no nos olvidemos, de todo ello rendiremos cuentas ante un Dios justo y tres veces santo.

Los grandes pecados de la Biblia tienen que ver básicamente con la desatención del prójimo. Cada vez que nos olvidamos de amar, aunque podamos ser “fieles” en tantas otras cosas, nos estamos rebelando contra Dios. A cambio de un poco más de “bienestar”, o de “tranquilidad” económica negamos la existencia al menesteroso y torpedeamos la causa del justo.

Nos encanta presumir de nuestra “moralidad” prefabricada mientras pasamos por alto el abuso y la corrupción del poder. Terminamos admirando y sometiéndonos al poder económico. Él siempre tiene la última palabra, y nadie se la discute.

SUMARIO

“Porque en sus manos hay mal”. La palabra hebrea para “mal”: “zimmah” significa “estratagema por dentro”.  Porque lo que David trata de decirnos es que aquellos malvados, no solo tramaban engaños en lo secreto, también los ejecutaban vigorosamente con sus propias manos.

De la afirmación que aparece más adelante: “sus manos están llenas de soborno” deducimos, que se está refiriendo a la corrupción de los nobles y poderosos. Aquellos que sustentaban el poder económico, jurídico o político. Es cierto que cualquier persona de la clase obrera puede ser sobornada para que no cumpla con sus obligaciones. Pero debemos admitir, que a quienes se suele sobornar son a los jueces, u otros poderosos.

Quedamos advertidos, pues, por esta expresión, que todos aquellos que se deleitan en recibir regalos difícilmente resistirán venderse a la iniquidad. No en vano, Dios mismo declara que: “no tomes soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos”. (Deu. 16:19).

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