Génesis 15:3

03. En este pasaje encontramos un Abraham que abre su corazón y muestra sin tapujos lo que piensa. Tenga razón o no, él se muestra tal cual es y dice al Señor lo que su corazón alberga desde hace ya algún tiempo.

Primero, echa en cara a Dios que no le ha dado ningún hijo, algo que le prometió, ya que ni Ismael ni Isaac habían nacido aún. Además, da por sentado que no tendrá descendencia propia cuando afirma que uno de sus criados será finalmente su heredero. Pues esta era la costumbre de las tribus nómadas de la época, que su siervo principal recibiera la herencia de su Señor, así como los honores de un hijo. Era una especie de adopción ¡Cómo debía sentirse Abraham! ¡qué distinto a lo que él tanto esperaba de Dios!

Qué cortos de vista podemos llegar a ser, y cómo ignoramos el poder y la sabiduría de Dios, mucho más grande y más alta que la nuestra. Sin embargo, la actitud de Abraham es el primer paso para que Dios nos dé lo que tanto nos hace falta: “Tener fe”.

Aunque, a veces, en nuestra arrogancia nos pensamos que podemos entender la mente de Dios, del mismo modo que Él entiende la nuestra. Haremos bien, como hace Abraham, en presentar delante de Dios nuestra confusión ¿Dónde está la bendición de Dios?  ¿Por qué me dijo que iba a hacer de mí una nación grande? ¿Cómo que mi descendencia iba a ser tan numerosa como el polvo que cubre la tierra? La única certeza que tenía Abraham entonces era que “La esperanza frustrada aflige el corazón” tal como dice Proverbios.

Eliezer, su siervo, podía ser un siervo fiel, pero no era su hijo. No podía sustituir en realidad, lo que Abraham y Sara tanto anhelaban. Mientras tanto Abraham veía como a tantos impíos se les concedía el don de la descendencia, algo que solo incrementaba su frustración y enojo. Notemos que Abraham no dice a Dios que sea injusto, pero no por ello deja de tener una conversación franca con Él. Abraham duda, pero no recrimina nada al Señor, solo quiere entender.

Por desgracia, podemos llegar a pasar por alto la injusticia. Nos conformamos a ella, nos da igual mientras no nos afecte. Pasamos, en alguna medida, de la injusticia social, la persecución de la iglesia, o aquellos que se pierden. Rehusamos un encuentro con el Señor en el que podamos abrir nuestro corazón y expresarle todo aquello que no entendemos, que nos parece injusto, y que está ocurriendo.

Nuestra fe es cada día más despreciada por nuestra sociedad. Sin embargo, la fe es de tremendo valor para Dios. Nuestra confianza en el Señor nos dignifica y no quedará sin recompensa, aunque la espera sea larga. Merece la pena mantener bien alto nuestro estandarte.

Tener fe nunca es una actitud pasiva. Siempre requiere perseverancia para cumplir la voluntad de Dios, y así esperar lo que el Señor nos ha prometido.

No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Hebreos 10:34-35

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