Génesis 17:11

11. La señal identitaria que Dios manda a su pueblo es una señal, sin duda, peculiar. Dejando de lado los reconocidos beneficios fisiológicos de la pequeña intervención quirúrgica tales como una mejora en la vida sexual tanto para el hombre como para la mujer, o la eficaz profilaxis que conlleva contra diversas enfermedades venéreas. La circuncisión era una señal realizada en el mismo cuerpo que recordaba al pueblo de Dios, entre otras cosas:

  • Que el hombre posee una naturaleza carnal y pecaminosa que hay que desechar.
  • Su necesidad de redención a través de la sangre, así como su incapacidad para producir la semilla redentora prometida por Dios para llevar acabo su expiación.
  • Debían guardar fidelidad a Dios, que los había redimido, así como a la familia y al Pueblo al que pertenecían.

Pero también debían entender algo muy importante: La circuncisión verdadera siempre debe darse primeramente en el corazón, y siempre es obra del Espíritu Santo, por lo tanto, sólo Dios podía llevarla a cabo. Circuncidados pues de corazón, debían sujetarse a Dios y obedecer su Palabra con naturalidad en cada aspecto de la vida. El apóstol Pablo nos recordará más adelante que no es la circuncisión ni la incircuncisión lo que importa sino la fe que obra a través del amor.

La verdadera circuncisión nos lleva a alabar y adorar a Dios en el Espíritu Santo, y a su vez, nos glorifica en Cristo Jesús sin que la carne participe de manera alguna. Por lo tanto, “la circuncisión” hecha con manos humanas busca el reconocimiento y la alabanza del hombre, y la circuncisión que es fruto del Espíritu recibe el reconocimiento y la alabanza de Dios. La que es “humana” se queda con el símbolo y la señal externa, la “divina” busca guardar toda la Escritura empezando por el amor al prójimo y los mandamientos. La verdadera circuncisión implica un abandono de la idolatría con todas sus pasiones y rencillas.

Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. Así debía de entenderlo el que se circuncidaba. Así como por la sangre derramada sobre los dinteles de las puertas de las casas de Egipto el ángel de la muerte pasaría de largo. Con la circuncisión también vendría la promesa de una redención que perdurará a través de las generaciones que seguirán a Abraham, Isaac, y Jacob.

Siglos más tarde, el apóstol Pablo hará mucho hincapié en el hecho que la promesa de la redención de Dios fue dada antes de establecerse esta señal en la carne, dando a entender que la justicia que es por la fe es para todos, circuncisos e incircuncisos. Porque sólo el Señor sabe los que son suyos. Y nuestro llamado, claramente, es a abstenernos de toda la maldad que emana de toda idolatría.

En este pacto de Dios con Abraham, Dios le promete: Justicia, salvación, y gozo. Por este pacto, Abraham y su descendencia se distinguirán de todas las naciones por la bendición y la santidad que han recibido del Él. Pero ¿quién razonablemente adoptaría la circuncisión y el misterio que la envuelve como señal de la promesa? Sin embargo, era necesario que Abraham se hiciera insensato y cometiera semejante locura como prueba de su obediencia a Dios. Así que, sabiamente obraremos sí, con sobriedad y reverencia, recibimos y obedecemos toda insensatez que nos encomiende Dios.

Con todo, no debemos dejar de inquirir en cualquier analogía que surja entre la señal visible y lo que verdaderamente significa. Porque las señales que Dios ha concebido para ayudarnos en nuestra fragilidad deben ajustarse también a la medida de nuestras capacidades, o no tendrán efecto alguno.

Por lo tanto, mediante la simbología de la circuncisión entendamos que todo lo que nace del hombre está contaminado; y que la salvación sólo puede venir de la bendita semilla de Abraham. Toda característica humana transmitida generación tras generación ya ha sido descartada por Dios; para que nuestra esperanza sólo pueda estar en Él.

Deducimos pues que la circuncisión era una señal de arrepentimiento, y al mismo tiempo, la marca y el testimonio de la bendición prometida en la semilla de Abraham. Así que, si a alguien le parece absurdo que la señal de un favor tan excelente y singular se dé en esa parte del cuerpo, que se avergüence también de su propia salvación, la que fluyó de los lomos de Abraham; porque ha complacido a Dios confundir así la sabiduría del mundo, humillando el orgullo de la carne. No nos será entonces difícil comprender cómo la reconciliación entre Dios y los hombres, exhibida en Cristo en la cruz, fue testificada ya por este signo. Una señal ya observada por Pablo como una analogía del sello de la justicia de la fe. @carlesmile

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. (Romanos 4:11.).

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