4. Pocas cosas son tan desesperantes como el silencio. El silencio conlleva la ausencia de comunicación, el aislamiento, la apatía, etc. El silencio, además, suele cubrir nuestras vidas con un manto de indiferencia, poco a poco vamos perdiendo la virtud de una buena conversación, y sobretodo el dialogo. Con mi silencio envuelvo mi vida y el sentido de mi existencia ignorando a los demás y sus necesidades. Pero sobretodo, olvidándome de Dios, y mi relación con Él.
¿Quién quisiera recibir, aunque solo fuera, un “What’s up” de Dios? ¿Quién quiere recibir una respuesta, una prueba de la existencia de Dios? Dios, desde su trono de Santidad, desde el elevado monte de Dios, anhela responder las oraciones de los hombres. Se oyen quejas de los hombres, nos quejamos y renegamos de tantas cosas de Dios. Pero no somos capaces de mirarle a la cara, ni tan solo con los ojos cerrados. Si no hay un sincero clamor, sino rogamos conscientes de nuestra vulnerabilidad, Dios no puede respondernos. Pero si clamamos a Él, si le reconocemos como el único Dios, creador del Cielo y de la Tierra, entonces Él responderá desde su santidad. Él es el único que es tres veces santo, el que podrá guiarnos a buen puerto. No hay hombre que no padezca la enfermad del pecado, y no podemos escapar a su influencia, por lo tanto, necesitamos la perspectiva de Dios, la que está por encima de todas las cosas, y la que es más justa, santa y clara.
Sion, es la montaña sobre la que está fundada la ciudad del gran Rey. Jerusalén, la ciudad a la que acudirán todas las naciones. En ella esta puesta la esperanza de toda la humanidad. Esta es la ciudad que devolverá a este maltrecho mundo la paz y la justicia que anhela.
En este mundo, no importa lo protegidos que nos sintamos, no tenemos otra cobertura ante las fuerzas espirituales, y la maldad de los hombres, que nos acosan, que Dios mismo. Él espera escuchar nuestro clamor, y ver nuestras lágrimas para así poder socorrernos. Desde la arrogancia, la prepotencia, y el orgullo no esperemos recibir ayuda alguna por parte de Dios, porque Dios solo ayuda a los necesitados.
A veces, aún podemos llegar a tener el cinismo de decir que el Señor no nos responde cuando ni tan solo nos hemos tomado la molestia de buscarle ¿Cuánto tiempo dedicamos a orar? ¿Hay realmente un clamor en nuestra petición? ¿Es la lectura de la Palabra de Dios nuestro medio de búsqueda cotidiano? ¿Somos capaces de aislarnos de todas nuestras distracciones? ¿Hasta dónde llega nuestra perseverancia?
Me temo que muchas veces el problema es que no queremos confrontarnos con Dios. Nos da miedo saber lo que piensa. Si, le buscamos, Él ha prometido respondernos. No sabemos ni cómo, ni el qué nos dirá. Pero su respuesta vendrá, aunque esta solo sea un “bástate esperar en mi Gracia”. Porque el Señor no ha prometido que nos vaya a dar todo lo que le pidamos, pero sí podemos estar seguros de que nos librará de todos nuestros temores.
Otro gran obstáculo que se antepone entre nosotros y el Señor suele ser aquello que nos hace sentir tan orgullosos. Es nuestra fortaleza, nuestro poder económico, nuestra habilidad y destreza, o incluso nuestro conocimiento, aquello que impide que el Señor nos libre de nuestras aflicciones. Nada podría beneficiarnos tanto como el vernos tan vulnerables y pobres como somos en realidad. Sin humildad, el Señor no nos puede librar.
Adormecidos en medio de un mundo que nos seduce, podemos perder conciencia de la adversidad y la aflicción que nos rodea. Es fácil pasar por alto el amor que Dios ha derramado, y derrama constantemente sobre nosotros. Pero el mensaje del Señor es claro: Él nos ama sea cual sea nuestra situación. El Señor ve la adversidad y la aflicción que nos rodea en este mundo. Necesitamos que la salvación conseguida allí en la cruz nos alcance a cada instante. El poder que emana de la cruz es para nosotros, y no podemos vivir sin Él. Necesitamos respuestas a nuestras vidas. Respuestas que brotan del árbol que Dios maldijo, para que fuera de bendición para nosotros.
El tiempo de los verbos de este versículo bien podría haberse traducido en pasado, al parecer la traducción conlleva cierta complejidad. El Salmista, ante las dificultades actuales recuerda las fidelidades pasadas de Dios. Al orar cobra ánimo mientras contempla la fidelidad de Dios en adversidades pasadas.
¿Cuál es nuestra necesidad más imperiosa? ¿Es la oración? ¿Vamos siempre con ella? ¿Ante las dificultades acudimos a ella porque recordamos las respuestas de Dios en otras ocasiones? El Salmista no ora con la boca “chica”. David ora con todas sus fuerzas, su clamor se oye de lejos. Muchas voces tienen sus razones, no falta quien piensa que si su propio hijo lo está persiguiendo por algo será. Ante las calamidades, cada uno tiene sus razones. Pero David hace que la voz de la oración suene más alta que todas las demás. En medio de la dificultad ¿Dónde acudimos? El Salmista tenía claro que Él debía acudir al Templo en su Santo Monte. Nosotros también deberíamos acudir allí donde se reúnen nuestros hermanos y adorar y alabar a Dios con ellos en Espíritu y en Verdad.
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; tocad, y se os abrirá. Mateo 7:7
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