Satanás obtiene permiso para seguir probando a Job (1-6).
Estamos ante otro episodio de actividad en las altas esferas celestiales. El autor, al mencionar “Y sucedió que un día”, deja entrever la conexión que existe entre nuestro tiempo, el de la Tierra, y el del Cielo. Si “un día” sucedió este encuentro, podemos deducir que hoy mismo, se habrán tomado decisiones importantes en este consejo tan trascendental para nuestras vidas.
Igual que observamos en el capítulo 1. Los grandes “Generales” de Dios, llamados aquí “sus Hijos”, acuden al llamado de Dios para rendirle cuentas. En este capítulo, también volvemos a ver entre ellos un viejo conocido: Satanás, que, de algún modo, tampoco puede eludir declarar su actividad ante su Hacedor.
La pregunta que Dios le hace no es una pregunta retórica. Si le dice “¿De dónde vienes?”, es porque debe declarar todo lo que ha estado haciendo, porque por sus palabras, y por sus hechos será juzgado. Obviamente, el Acusador es quien se dedica a merodear la Tierra, a ser tropiezo a los hombres, y a sujetar con lazo corto aquellos que ya han caído bajos sus garras.
Llega el momento en que, Dios, y no el Adversario, saca el tema de Job. Notemos, una vez más, que es Dios quien, tomando la iniciativa, decide seguir “la partida” que ha empezado, quizás porque en la primera ronda su victoria sobre el Adversario fue estrepitosa. Satanás, humillado en gran manera tras su fracasado intento de hacer caer a Job, no parece tener mayor interés en este asunto. De hecho, tiene que volver a escuchar de Dios los intactos atributos de Job. Ya es la tercera vez que tiene que oír que es, y sigue siendo, un hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal. Por lo tanto, su integridad no ha visto afectada, a pesar de los esfuerzos del Diablo por derrotarlo tanto a él como a Dios.
Las palabras de Dios “me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa” son reveladoras. No dan lugar a dudas. Job, realmente no hizo nada para merecer todo lo que le ocurrió.
Aunque Dios afirma, refiriéndose al Diablo, “tú me incitaste”, está claro que nadie puede inducirle a hacer cosas contra su voluntad. No está claro cómo, pero aquí vemos, una vez más, que todo lo que sucede en nuestras vidas termina formando parte de este basto y complejo mosaico de designio divino.
Por paradójico que sea, incluso Satanás termina haciendo la voluntad de Dios, por antagónica que le sea. Ello nos lleva a pensar que, a pesar de las desgracias y males que hayan acontecido, al final se hará justicia, y aquellos que hayan sufrido injustamente serán finalmente vindicados por Dios mismo, quien fue, en última instancia, quien lo permitió. Por lo tanto, Satanás terminará siendo sólo un instrumento de los enigmáticos divinos. Algo que Job, todavía tiene que aprender.
A pesar de todo su empeño, el Diablo sigue sin poder demostrar que tanto la palabra de Dios como la fidelidad de Job son en valde. Aunque, esta vez, la cornada de este temible toro llegará a penetrar el mismo cuerpo de Job. Porque, ahora va a ser su vida la que va a ser puesta en jaque a través de una cruel enfermedad. El propósito que buscará el Diablo será el mismo que la última vez: Escuchar cómo Job maldice a Dios. Demostrar que Dios, en realidad, se equivoca. Que Job no pagará un precio tan alto. “Piel por piel” afirma, “quid pro quo” (“algo por algo”). Sigue afirmando, que la adoración de Job es interesada.
Dios sabe que ahora la apuesta es mucho más alta. Vuelve a haber mucho en juego, una vez más de la respuesta de Job depende la integridad de ambos. Esta vez el dolor llegará a la carne y a los huesos del creyente Job. Pero, igual que la primera vez, los límites los seguirá poniendo Dios. Su Redentor sabe perfectamente lo que está haciendo. No permitirá que Job sufra más de lo que pueda soportar. Job no morirá, de otro modo no podría ser vindicado.