Job 1:13-17

Los sorprendentes problemas que le sobrevinieron y la ruina de su hacienda. (13-17).

Dos rasgos de las calamidades son: Siempre vienen cuando menos te lo esperas, y nunca vienen solas. Si los hijos de Job se reunían a festejar los cumpleaños por todo lo alto, es de suponer, que, en aquella ocasión, siendo el cumpleaños del primogénito, la fiesta sería especialmente opulenta. Nadie esperaba, entonces, todo lo que iba a acontecer.

Así que, aquí están las calamidades anunciadas en las altas esferas celestiales. Job se queda sin su principal activo, el ganado. Los medios utilizados por su adversario, el diablo, nos resultarán familiares, nada nuevo que no haya acontecido antes:

  • Una horda de salvajes, los sabeos procedentes del sur (Saba, actual Yemen probablemente), ebrios de codicia y de odio expolian a Job buena parte de su hacienda llevándose todos sus bueyes, y asnos, y matando, además a los fieles siervos que los cuidaban. Los sabeos eran una tribu nómada beduina, y eran conocidos por su adicción a la traición y a la crueldad. A menudo saqueaban a otros pueblos como medio de supervivencia.
  • Un desastre natural. Probablemente, feroces tormentas eléctricas procedentes del Mediterráneo por el oeste, más fuertes y secos vientos del desierto por el este, provocaron diversos incendios que se propagaron a gran velocidad para terminar con todas sus ovejas. El fuego caído del cielo era considerado una forma de juicio de Dios para los hebreos u otras deidades de pueblos paganos.
  • Tres escuadrones más de expoliadores, en este caso Caldeos, procedentes del norte, roban el único ganado que le quedaba a Job, en este caso, camellos, matando también a todos siervos que los cuidaban. Los caldeos, en aquella época, eran conocidos por ser una banda de nómadas. Fue más adelante cuando conquistaron Babilonia.

 A veces podemos llegar a vernos atrapados en acontecimientos que escapan a nuestro control, sucesos ligados a maniobras de Dios o de Satanás. Podemos sentirnos forzados a vivir situaciones que nunca hubiéramos escogido. Desde luego parece injusto, sin embargo, hay una forma más elevada de interpretar las circunstancias de la vida. Podemos verlas como oportunidades dadas por Dios para cooperar con Él y así ser parte de sus planes y propósitos, que siempre trascienden los nuestros. Somos algo más que peones en una partida de ajedrez. Se nos ha concedido honrar a Dios Todopoderoso por la forma en que vivimos y morimos.

En cualquier caso, aún quedan muchas preguntas sin respuesta. Sólo Dios sabe por qué decenas de inocentes tuvieron que morir en este drama entre Satanás y Dios. Por muchas vueltas que le damos, no entendemos por qué algunos justos tienen vidas tan cortas como trágicas, mientras que otros, siendo tan malvados, disfrutan de abundantes riquezas y de largas vidas. Sin embargo, hay algo que podemos afirmar sin dudar: aquellos que sufrieron injusticias en esta vida, serán vindicados mañana en la eternidad. Allí toda paradoja será disuelta, y toda pregunta tendrá una respuesta.

Dios ha concedido a Satanás ciertas libertades. Satanás es llamado en las Escrituras el príncipe de este mundo (Juan 14:30) y el gobernante del Reino del aire (Efesios 2:2), como adversario nuestro utiliza enfermedades, plagas, gente malvada e incluso las fuerzas de la naturaleza para llevar a cabo sus propósitos. Aunque Dios asestó un golpe mortal a Satanás con la muerte y resurrección de Jesús, Satanás continúa luchando hoy contra Dios y lo hará hasta el final (Ro 16:20).

El sufrimiento de los justos tiene dos vertientes: la terrenal y la celestial. El apóstol Pablo conocía la tensión que supone vivir en un mundo corrupto. Por ello, puso su confianza en Dios y en las cosas eternas (la justicia, la misericordia y el amor de Dios), en lugar de ponerla en las cosas temporales de este mundo (el éxito, la riqueza y el prestigio). Pablo supo ver que nuestra lucha no es contra carne y sangre (Efesios 6:12) y cobraba animó al recordar que nuestra ciudadanía no está aquí, sino en el Cielo (Fil 3:20).

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