Isaías 53:10

10. El amor de Dios por nosotros excede realmente todo conocimiento ¿Cómo pudo Dios herir a su propio hijo, quien además no conoció pecado, y hacerlo además por amor a nosotros?

Todo el ceremonial del pentateuco apuntaba al sacrificio que debía sustituir todos los demás. El único camino de salvación para el hombre en el que la trinidad en su conjunto se vería involucrada: La cruz.

No será un sacrificio vano. La cruz, como árbol de vida, traerá una amplia descendencia de redimidos que trascenderá el tiempo y cubrirá la redondez de la Tierra.

El siervo sufriente que será sacrificado en ella traerá consigo una nueva vida mediante su resurrección. Con Él la vida cobra su verdadero valor. Porque en él no hay engaño, ni pecado, y la misma muerte no pudo con él.

El siervo sufriente será además instrumento poderoso en manos de Dios. Su voluntad agradará a Dios, y viceversa. Por ello, todo lo que emprenda será bendecido y prosperado sobremanera.

El sacrificio del Señor, pues, no fue un accidente. Fue predeterminado y con pleno conocimiento de Dios. Porque fue voluntad divina en primer lugar. Quienes decidieron darle muerte fueron su propio pueblo, y quienes lo ejecutaron fueron los gentiles. Gente inicua, como tú y yo, acostumbrados a la injusticia y a la perversión de una vida alejada de Dios y centrada en el hombre, y sus ídolos.

En las ofrendas por la culpa, o por el pecado del pentateuco, era necesario realizar una restitución, algo que se llevaba a cabo mediante el sacrificio de un carnero. No era sólo por determinados pecados que se debía ofrecer, sino por cualquier falta de respeto a Dios y todo aquello que Dios a santificado. Porque ninguno de nosotros da la talla delante de Él. Por otro lado, la restitución debía realizarse mediante un animal sano, joven, y sin defecto. Algo que suponía desprenderse de un bien muy preciado.

El resultado de la muerte del Señor no fue su aniquilación, por el contrario, la muerte no le pudo retener. La resurrección fue el fruto de su sacrificio. Hoy el Señor Jesucristo aún vive. Su botín fue la Vida Eterna. Y hoy le ha sido dada autoridad para darla a quien él disponga. Por ello, su descendencia es, en realidad, tan incontable como la arena del mar. Huelga decir que, en aquellos tiempos, dejar descendencia era considerado el mayor de los legados.

El Cristo resucitado ya está en disposición de establecer su Reino. Como un mar rebosante de Paz extenderá su dominio afianzado con derecho y justicia cual no ha habido ni habrá jamás. El Señor no se ha olvidado de nosotros. Todos aquellos que cuestionan la existencia de Dios, o le echan en cara todas las desgracias que ocurren, cubrirán sus rostros avergonzados al descubrir al Dios de los ejércitos. Aquel que tiene todo el poder y es tres veces santo.

La victoria está cantada, por su humillación será exaltado hasta lo sumo. Su gloria será notoria y la creación entera se postrará ante ella. Porque este Jesús es el siervo amado de Dios, su Hijo unigénito, aquel en quien se complace su alma, aquel en quien habita el Espíritu Santo, el Verbo encarnado. A lo largo de toda su vida, Jesús tuvo un entrañable apego con Dios padre. Obedeciéndole hasta el final, les unió un amor recíproco que los acompañó cada minuto de vida hasta la cruz.

En Jesús habita la plenitud de la deidad. Él es el Eterno, que no tiene principio ni fin de días, la misma Palabra de Dios encarnada. El que lo ha creado todo y por el cual todas las cosas subsisten. El Alpha y el Omega de todas las cosas.

Vino claramente con una misión encomendada por el Padre. Y por su obediencia todas las naciones de la Tierra son, han sido y serán bendecidas. Es el Rey de reyes y Señor de señores. Sus dominios abarcan la redondez de la Tierra. Humillará al altivo y exaltará al humilde. Implantará la justicia que tanto necesita la humanidad. Paz y sanidad serán repartidas sin mesura, nunca faltará la alabanza que merece su sagrado nombre. En Jerusalén establecerá su trono y este será el vínculo que unirá por fin todas las naciones.

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