Entre malvados fue puesta su tumba, porque ese es nuestro lugar. Entre ricos se dispuso su lugar, no sólo por su condición de Señor y Rey, también porque pagó por todo nuestro bienestar. Asumió la injusticia de nuestro expolio. Él pagó la cuenta.
Sabidos son los métodos que utilizan los seres humanos para enriquecerse: La violencia y/o el engaño. Pero, nada de eso tiene que ver con el siervo sufriente, porque sufrió en sus carnes nuestra vileza, a pesar de ser su camino la verdad y la paz.
Isaías asocia a los ricos con los malvados, como lo hacen muchos otros escritores del AT. Esto es porque adquirieron su riqueza por medios injustos y/o confiaron en su riqueza en lugar de en Dios (ver, por ejemplo, Sal 37:16, 35; Pr 18:23; 28:6,20; Jer 5:26-27; Mic 6:10,12).
La Palabra nos dice que es mejor la pobreza de un justo que la riqueza de muchos malvados. También nos advierte que la riqueza tiende a endurecernos, y a hacernos engreídos, y severos. Por el contrario, la pobreza nos ablanda, nos hace dependientes, nos humilla y nos vuelve condescendientes. La Palabra alaba la honradez, a sabiendas de que esta no nos va a hacer millonarios. Mas condena la perversión tan común en los acaudalados.
Vivimos en un mundo donde prácticamente toda forma de prosperidad pasa por la acumulación de riqueza. Sin embargo, la experiencia demuestra que el dinero no puede darnos la plenitud que tanto anhelamos. Qué duda cabe que la provisión diaria nos da tranquilidad, aun así, sólo hay una bendición que llena: La que viene de lo alto, y se cosecha solamente a través de la fidelidad al único Dios verdadero, padre de toda misericordia.
Lamentablemente, entre el pueblo de Dios siempre ha habido canallas, “cazadores de pájaros” los llama el profeta Jeremías, que con sus trampas atrapan personas. Son seres viles que prosperan y se enriquecen a costa del fraude y el engaño.
Profetas como Miqueas denuncian una y otra vez la iniquidad de su pueblo al enriquecerse mediante el abuso y la argucia.
Según los Evangelios (Mt 27: 57-60 y paralelos), José de Arimatea, que era un hombre rico, honró a Jesús enterrando su cuerpo en su propia tumba. De este modo transcendió el cumplimiento de la profecía, porque, Jesús nunca fue violenta y en su boca nunca hubo engaño.
Jesús nos enseña que la mentira es un pecado que nace en el corazón, juntamente con el adulterio, la avaricia, la envidia, el orgullo y otros. No fue necesario que Natanael abriese su boca. Tan solo viéndolo acercarse, Jesús afirmó que en él no cabía el engaño. Los apóstoles Pablo y Pedro también incluyen en su lista de “vicios” la mentira (Rom 1:29; 1 Ped. 2:1). En ningún caso pues, el engaño y la mentira tiene justificación. Pablo tiene que convencer a Tesalonicenses y Corintios que él no tiene nada que ver con estas prácticas. Porque embaucadores y falsos maestros ha habido en la iglesia desde el principio.
Las riquezas no son repudiadas en las Escrituras, sólo es condenado el modo en que se obtienen, y las despoja de un valor que no deben tener. José de Arimatea es un buen ejemplo. Fue un seguidor discreto de Jesús, pero finalmente fue movido a honrarle a través de sus muchos bienes. Como dice la canción: “Fue algo tardío, pero fiel”.
Pedro animaba a los creyentes que sufrían injustamente recordándoles que Cristo no cometió pecado ni hubo mentira en sus labios (1Pe 2:22). Porque vivir piadosamente implica soportar la adversidad en un mundo que ama la mentira y adora la violencia.