Isaías 53:8

8. Aquí, claramente entendemos que la cruz es el resultado de un juicio, y el cumplimiento de una condena. La vida de Jesús fue corta y fugaz. Todos le abandonaron mientras colgaba del ignominioso árbol. Allí arriba, la vida que él mismo nos había dado le fue negada. Fue cortado como una flor en su máximo esplendor. Todas sus heridas fueron causadas por nuestras rebeliones. Este versículo nos plantea abiertamente la cruz como un juicio en el que, paradójicamente, su pueblo es su peor enemigo.

Pero, en la cruz hizo suyas toda nuestra maldad, cada uno de nuestros pecados. Su sufrimiento fue físico y espiritual. Como toros desbocados, las fuerzas espirituales se abalanzaron sobre él. Sufrió la larga y lenta agonía de la cruz. Tuvo que ver como aquellos que profesaban ser su pueblo se congratulaban de verlo clavado en la cruz.

Los poderosos, tanto en el ámbito religioso como económico, le tenían puesto el ojo. La envidia, y el miedo a perder el poder o el statu quo no los dejó tranquilos en sus maquinaciones para terminar con su vida.

Aquel que era el Mesías anunciado en las Escrituras, descendiente de David por la parte de su madre María, e Hijo de Dios. Fue cercano a nosotros, nos hizo ver que haciendo la voluntad del Padre todos podíamos ser una sola familia.

Pero aquellas palabras que procedían de Dios sonaban a blasfemia a aquellos que, en apariencia más devotos, eran baluartes de la Palabra o a las tradiciones. Por eso, decidieron su muerte. Fue su pueblo convertido en turba quien gritaba con fuerza: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”.

Además, sus discípulos no entendieron lo que le estaba ocurriendo. No supieron estar con él sus últimas horas. Uno de ellos incluso le traicionó abriéndole las puertas de la cruz.

Jesús no fue comprendido ni entendido por sus contemporáneos. Para ellos, no era más que un hombre, de unos 30 años, carpintero y miembro de una familia, como todo hijo de vecino. Sin embargo, la realidad era muy diferente. Era el Hijo de Dios, enviado por Él mismo con un propósito. Jesús ponía en evidencia que a pesar de lo orgullosos que estaban de su genealogía, Jerusalén, y el templo no conocían al Dios verdadero.

Jesús y Dios padre estuvieron siempre juntos. Jesús pudo soportar, sobreponerse, y luchar hasta el final porque Dios estaba con él. Igualmente, hoy, nosotros, que somos sus seguidores, sólo podremos seguir adelante y mantener la fe en la medida que nos aferremos a Él, como Él se aferró al Padre.

El Señor no pasó por alto la justicia. No somos tampoco llamados a ello. Sólo que no se tomó la justicia por su cuenta, y esto sí lo hacemos nosotros con frecuencia. Su actitud y su comportamiento ejemplar fue fruto de una meditada y profunda conversación con Dios Padre. No ocultó la maldad de aquellos que lo mataron, quienes vivían y practicaban la opresión y la mentira. Por otro lado, el Señor se ofreció abiertamente al Padre, sin ocultar que su vida no albergaba pecado ni engaño alguno.

La frase «por opresión y juicio» consta de dos sustantivos que muestran aspectos análogos del mismo hecho. En realidad, la sentencia judicial fue utilizada como instrumento de opresión. Parecía como si el Siervo debía morir sin descendencia, algo que era considerado como una gran desgracia en aquella sociedad. La frase «cortado» sugiere con fuerza no solo una muerte violenta y prematura sino también el justo juicio de Dios.

Jesús sufrió la mayor de las injusticias, y le fue negado el bien que todo ser humano legítimamente puede desear. Le fue quitada hasta la dignidad. Colgado de la cruz, era como si incluso la misma tierra que pisó lo estaba rechazando. Era como si este maligno mundo no tuviese lugar para él.

Pero donde realmente no tuvo cabida fue en la tumba. La muerte no lo pudo retener. La semilla pereció, pero sólo para brotar, florecer y dar fruto con la resurrección. Nadie sospechaba que pudiese acabar así, porque una cosa es la perspectiva humana, siempre sesgada y engañosa, y otra la de Dios, completa y verdadera.

Como nos dice el apóstol Pedro, el justo murió una sola vez por los injustos. Para que nosotros, los injustos, pudiésemos acercarnos a Dios.

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