3. Si alguien ha sufrido el desprecio y el rechazo en este mundo ha sido el Señor Jesús. Él no sólo nos creó, también nos hizo a su imagen y semejanza, aun así, fuimos nosotros quienes le rechazamos. El pecado no tiene otro culpable que el hombre.
Nadie como Jesús conoce lo que es el sufrimiento. Su dolor no fue esporádico sino frecuente. Nadie como él ha empatizado con los que sufren. Todos huimos del dolor, pero Jesucristo se entregó a él como nadie lo ha hecho. Pero, sólo lo hizo por amor a nosotros. Para hacer suyos nuestra culpa y nuestro pecado.
Como cuando evitamos mirar una operación quirúrgica, o alguien a quien están torturando. Así, pasamos de largo sin prestar mayor al Jesús del madero. Nadie ha podido sufrir mayor menosprecio, porque Él no sólo es hombre, también es Dios mismo. Por lo tanto, nuestra ofensa es de dimensiones cósmicas.
La cruz pone en evidencia la maldad humana, en ella el Señor aguantó todo lo que sólo nosotros merecemos. Nos preocupamos mucho por los tiempos difíciles, pero deberíamos tener más cura de los fáciles. Porque es en la abundancia cuando nos empoderamos y tendemos a abandonarle y a desdeñar el Evangelio.
En el mundo hay muchas injusticias, las ha habido y las habrá. Pero, nada iguala al escarnio, la soledad y el dolor que tuvo que pasar nuestro Señor. Fue torturado, vejado e insultado como nadie. Pero la piedra que desecharon los constructores ha venido a ser la piedra angular. A pesar de todo, el Señor nunca dejó de poner su esperanza en su Padre. Allí estaba llevando nuestros pecados, sufriendo nuestra maldad, llevando todas nuestras miserias. Pero, su dolor no fue en vano, el día de la vindicación terminó llegando. Porque hoy está sentado a la diestra del Padre. Y pronto vendrá el día en que toda rodilla se doble delante de Él.
Muchos no entendieron a Jesús. Ni tan solo su propia familia, porque, en algún momento, pensaron incluso que había perdido el juicio. Fue piedra de tropiezo para muchos. Sabiendo que era hijo de José y María, y que tenía hermanos y hermanas, no entendían todo lo que afirmaba acerca de sí mismo.
Las palabras del profeta nos acercan a los sufrimientos de la pasión. Las terribles angustias que le sobrevinieron, las torturas que le hicieron. Y lo que es peor, el rechazo por parte de todos. Porque no le quisieron ni como profeta ni como rey. Prefiriendo las enseñanzas de los fariseos a las suyas escogieron a Barrabás, un asesino, antes que a Él.
Habiendo creado el mundo, este le dio la espalda. Su pueblo elegido tampoco le quiso, es más, lo mató porque no podían soportar lo que afirmaba de sí mismo. Aquellos que más debían saber de él, los estudiosos de las Escrituras, en este caso los fariseos, no supieron reconocerle. Afirmaban que ningún profeta podía venir de Galilea. Llegaron a decir de Él que era samaritano (impuro), incluso que estaba poseído por un demonio. Pensaban que era un hombre pecador simplemente porque ejercía la misericordia en sábado. Y lo tildaron hasta de loco.
Pero, quizá uno de los aspectos que más llama la atención de este pasaje es la humanidad de Jesús. Se nos dice que experimentó el dolor y el sufrimiento. El texto bíblico no esconde que Jesús era un hombre que lloraba. Un hombre pacífico que no era atractivo para las multitudes, siempre más proclives a los hombres poderosos en términos mundanos.
La Escritura deja claro que a Jesús sólo se le reconoce por la intervención del Espíritu Santo. Sólo Él nos puede dar a conocer la verdad, pero es tarea nuestra abrazarla o resistirla. El Evangelio dinamita nuestros cimientos, aquello en lo que descansa nuestra existencia. Es por ello, por lo que este siempre levanta oposición, porque todos hemos fabricado chabolas de mentira que nos hacen sentir protegidos. El Pueblo de Israel, y en especial su clase religiosa, siempre se opuso a la verdad. Todos aquellos profetas que hablaron claramente del Mesías fueron perseguidos
Pero Jesús ha venido a traernos libertad. A libertarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte. Hoy, Jesús, como Sumo Sacerdote, puede simpatizar con cada uno de nosotros, porque conoce la debilidad humana, porque fue tentado al igual que nosotros, aunque sin haber caído ni una sola vez en el pecado.
Por su humildad, reverencia y sujeción al Padre, Jesús fue escuchado en sus oraciones. Fue mediante el sufrimiento y el dolor que Jesús no sólo nos salvó, también puso en nosotros la fe que hoy tenemos y continúa perfeccionándola mientras está sentado a la diestra del Padre. Toda la hostilidad que él sufrió fue para que hoy nosotros fuésemos fortalecidos y motivados.
A menudo pasamos por alto que Jesús fue un hombre, no experimentado en placeres, sino en aflicción. El verbo utilizado para referirse al dolor no sólo indicaba la presencia de dolor físico, sino también de dolor psíquico o emocional.
No significa que no disfrutara también de los buenos momentos que da la vida, y que no gozara de la alegría y el deleite. Sólo que él conoce el dolor mejor que nadie, y justamente por ello es capaz de acompañarnos y consolarnos en cualquier situación.