Isaías 53:2

2. Es difícil no pensar en la cruz al leer este versículo. Jesús, el hijo de Dios. Joven, inocente y sin pecado emerge de la tierra clavado en una cruz. Allí arriba, despojado de toda belleza y majestad, se hace casi insoportable observarlo en su agonía.

Jesús vivió entre nosotros como cualquier otro hombre. En una familia, tenía hermanos y hermanas. Tenía un oficio. Pero, tal como anunciaba la Escritura, vino a sufrir y a ser rechazado por su pueblo. Ya desde su mismo nacimiento la sociedad no quiso hacerle un lugar. Fue obediente desde su niñez, tanto a su padre (Dios) como a su madre (María). Y creció fuerte, y Dios lo hizo grande en sabiduría, de tal forma que fue de agrado, tanto a Dios como a los hombres.

Fue el más humilde de los hombres, no sólo abandonó toda su propia gloria como Dios, también rehusó toda la gloria de este mundo. Por no tener, no tuvo ni un lugar donde recostar la cabeza. Toda la Creación es obra suya: Árboles, plantas y animales, fueron formados por sus manos, además, todo le pertenece. Sin embargo, fueron pocos los que le conocieron, o reconocieron. Aún así, a todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre.

Conocer a Jesús siempre va a requerir un esfuerzo por nuestra parte. Lo más difícil siempre será despojarnos de todo prejuicio. No juzgarle por las apariencias, más bien, escudriñar bien las Escrituras con humildad, porque ellas hablan de Él.

Pero, el Evangelio no sólo hay que escucharlo, también hay que creerlo. Jesús no puede dejarte indiferente. Bien sea que le buscamos sinceramente o con prejuicios. Con Jesús no van las tintas medias. O le somos seguidores incondicionales, o nos oponemos a Él frontalmente

Pero, Jesús no es atractivo para este mundo. Los hombres prefieren a tipos como Barrabás para que les salve. Hombres que abogan por la violencia para “arreglar las cosas”. Hombres que roban y se enriquecen injustamente a costa de los demás.

El versículo, nos transporta con maestría a la futura pasión de Cristo. Al escarnio que tuvo que soportar, a los latigazos que precedieron la cruz, y a la terrible muerte que le esperaba.

Dios fue a la yugular cuando envió a su hijo. No trato el problema desde la lejanía, o como si fuera un asunto de poca importancia. En su hijo Jesucristo, adoptó personalmente la condición humana. Y se introdujo en esta trastornada y caótica humanidad para enderezarla de una vez por todas. Algo que la ley nunca pudo conseguir debido a la fracturada naturaleza humana. Sin embargo, a diferencia de los hombres, no lo hizo a través de la imposición, ni el autoritarismo, sino mediante la humildad y la sencillez. De hecho, tal y como nos dice la carta a los Filipenses, prefirió adoptar el estatus de esclavo.

Cristo es el modelo que ha de seguir todo cristiano. Porque él se humanó totalmente, fue uno igual que nosotros. Hubo una integridad total entre todo aquello que decía y todo aquello que pensaba y hacía. Fue impecable por dentro y por fuera, porque espiritualmente también fue escudriñado y no le fue hallada falta alguna. El mismo Cielo lo estuvo observando cada día de su existencia entre nosotros. Aún hoy persiste su obra a través de la iglesia, no deja de ser proclamado en todo el mundo. Y hoy mismo se encuentra sentado a la diestra del Padre aguardando el momento de su manifestación. Él es la Piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, tal y como nos dice el apóstol Pedro.

Aunque lamentando el hecho de que pocas personas creerán (v. 1), el remanente verá que nada en la apariencia del Siervo atraerá de inmediato a un gran número de seguidores (cf. v. 3). Creció… ante Dios como un brote tierno (es decir, vendrá de la descendencia de David; cf. 11: 1), y como una raíz en tierra seca, es decir, en un área árida (espiritualmente hablando) donde uno no esperaría que creciera una planta, y mucho menos grande. No tendrá apariencia de una persona de la realeza (en belleza y majestuosidad).

Sin embargo, crecerá ante él como un retoño. Este versículo se refiere a lo que se dijo anteriormente, que Cristo al principio no tendrá magnificencia o manifestación externa entre los hombres; pero que ante Dios será, sin embargo, grandemente exaltado, y tenido en gran estima. Por lo tanto, haremos bien en no juzgar la gloria de Cristo por la visión humana, sino en discernirla por fe a través de todo aquello que se nos enseña acerca de él en las Sagradas Escrituras; y por lo tanto la frase «delante de él», contrasta la percepción de Dios con la de los sentidos humanos, incapaces de comprender tan elevada grandeza. Casi la misma metáfora fue utilizada por el Profeta, (Isaías 11: 1) cuando dice: «Un retoño brotará de la estirpe de Isaí»; porque la casa de David era como una estirpe seca, en la que no se observaba ningún rigor o belleza, y por esa razón al tronco no lo llama casa real, sino «Isaí, » un nombre que no conlleva renombre alguno.

Este versículo profundiza en la naturaleza humilde de la persona y el ministerio del Siervo (cf. 52:14). En lugar de aparecer como un poderoso roble o un floreciente árbol frutal, el Siervo aparece ante el Señor como una hierba silvestre, un brote de una sola raíz, normalmente, no deseado (cf. 11: 1; 1 Sam. 16: 5-13). La palabra hebrea, yoneq, significa literalmente «amamantamiento», pero Isaías lo usó aquí alegóricamente en un sentido hortícola para describir a un tierno, dicho en otras palabras: un “chupón”.

Los jardineros generalmente cortan estos brotes tan pronto aparecen porque roban los nutrientes que necesitan las otras plantas. Otro paralelismo es el de una ramita que brota en un paraje estéril. Por lo general, estas pequeñas ramitas mueren rápidamente por falta de humedad. Estas figuras apuntan al origen aparentemente terrenal y natural del Siervo, con su árbol genealógico, y el medio espiritual árido en el que creció.

El Siervo, además, no tendría una apariencia vistosa que llamara la atención de la gente. No habría nada en Su apariencia o Su conducta que atrajera la gente a Él como una persona distinguida o singular (cf. David, 1 Sam. 16:18).

Los libertadores, por el contrario, son personas dominantes, contundentes y atractivas, que por su magnetismo personal atraen a las personas hacia sí mismas y las convencen para que hagan su voluntad. Las personas que se niegan a seguir su liderazgo con frecuencia son oprimidas o condenadas al ostracismo.

El hombre que nos describe Isaías no encaja en ese patrón en absoluto». Jesús entró en el mundo como un bebé, no como un rey. Nació en un establo, no en un palacio. Le pidió al gran predicador de su época que lo bautizara; Él no anunció el comienzo de Su ministerio públicamente ni convocó a todos para que presenciaran su bautismo. Ni tan solo Juan el Bautista llegó a reconocerle, primeramente; Se mezcló con la multitud y no destacó especialmente. Si bien hay otros pasajes de las Escrituras que ponen de manifiesto su poder para atraer a las personas, esta profecía deja en claro lo que algunos cristianos no han acabado de entender, que el Señor Jesucristo no tiene atractivo para el hombre natural. Si bien el poder de Su deidad fue en ocasiones evidente, y Su presencia era sin duda imponente. Aun así, “no había en Él nada para que le deseemos.”.

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