25. La fe de José no fue espontánea. Tuvo su continuidad en el tiempo. Supo esperar a que naciera Jesús para tener relaciones con su esposa. Y, tal y como le fue encomendado por el ángel, permitió poner por nombre Jesús al hijo de Dios. Jesús significa “Jehová salva”, aunque su título mesiánico era “Emmanuel”, esto es: “Dios con nosotros”. Mateo concluirá su Evangelio con este mismo tema al reproducir las palabras de Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días”.
No pasamos por alto el hecho que Jesús, siendo el primogénito de la familia, no sería hijo de José. En aquellos tiempos, el primogénito era una figura muy importante tanto en la ley como en la sociedad judía.
Tal y como encontramos en el libro de Éxodo, todo aquel que abre la matriz de una mujer es apartado para Dios. Y he aquí el primogénito de todos los primogénitos. Porque nadie como Jesús pertenece a Dios, y nadie como Él hizo su voluntad desde el primer momento.
Sus atributos divinos se hicieron manifiestos durante todo su ministerio. Él podía perdonar pecados porque siendo el Hijo de Dios, era Dios mismo. Sin embargo, fue un hombre como cualquier otro de su época. Soportando la dureza de la vida y disfrutando de ella igualmente. Trabajaba de carpintero, tenía padres, y hermanos, y antes de sus años de ministerio, su vida era tan cotidiana como la de cualquier otro israelita. No gozó de ningún privilegio por ser quien era, el Hijo de Dios. Era tal su humildad que incluso al nacer no hubo sitio para él en este mundo aparte de un establo con animales. Cumplió con la ley desde el principio, siendo circuncidado al octavo día.
Ahora, Jesús, es nuestra imagen. Como creyentes debemos seguir sus pisadas, él es el primogénito de una gran familia: Su familia somos aquellos que ha salvado muriendo en la cruz en nuestro lugar. Por esa muerte hemos sido redimidos, y por su resurrección hemos vuelto a nacer juntamente con él.