Mateo 1:24

24. José, entonces, una vez recibió el mensaje de parte de Dios despertó. Justo lo que la Palabra de Dios debería producir en nosotros: “Despertar”. E inmediatamente asumió sus responsabilidades y obedeció. La sujeción que debemos a Dios nunca debe ser como la del trabajador con su capataz: Contractual y por pura conveniencia. Sino más bien como la del hijo con su Padre: Apasionada y desinteresada. José no podía asumir aquella responsabilidad a desgana ni a regañadientes. Tenía que hacerlo movido exclusivamente por el amor. El amor que Dios había puesto por su esposa, a pesar de lo extravagante de la situación.  

Los grandes cambios en la historia siempre han venido de la mano de la obediencia de hombres y mujeres de Dios. Fue por fe que Noe obedeció a Dios construyendo el arca que salvó su vida y la de su familia precipitando el justo juicio de Dios sobre la Tierra. Fue por la obediencia que Abraham validó su fe llevando a su querido hijo al monte Moriah. También por fe Moisés obedeció rechazando ser llamado hijo de Faraón prefiriendo pasar aflicción en el desierto con el pueblo de Dios. Por la fe, también Rahab la ramera fue justificada cuando obedeció recibiendo y protegiendo a los espías de Israel. 

Se nos dice que José fue despertado del sueño. Benditos somos cuando Dios nos levanta para hacer su voluntad. La rapidez y determinación de José, que aquí se describe, atestiguan la veracidad de la fe de José, así que sólo podemos elogiar su obediencia. Porque, si no  hubiera sido quitada toda objeción y no hubiera sido aplacada su conciencia, nunca habría procedido con tanta determinación, con un cambio de opinión tan radical. En aquella sociedad y aquellas circunstancias, seguir con su esposa era una insensatez que sólo podía contaminarlo. El sueño debe haber dejado en José la imprenta divina porque le quitó toda sombra de duda. Luego la fe tuvo en él su efecto. Habiendo aprendido la voluntad de Dios, no titubeó en prepararse para obedecer.  

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