21-23. El propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo no fue otro que el de servir y dar su vida en rescate por muchos. Un encuentro con Jesús no puede dejarnos indiferente. O lo rechazas de plano, o transforma totalmente tu vida. Porque no hay remisión de pecado en otro nombre. Toda la Escritura, de Génesis a Apocalipsis lo anuncia.
Jesús es la ofrenda expiatoria por el pecado que el Pueblo de Israel ejercía en el Antiguo Testamento a través del sacerdocio levítico. Vino a su debido tiempo para ocupar nuestro lugar en la cruz y para que seamos salvos de una generación malvada y perversa. En su sangre hay poder para perdonarnos, pero también para redargüirnos (corregirnos) y protegernos. Él nos ha trazado el camino del verdadero amor, el de la auténtica entrega y sacrificio. Aquel que de verdad agrada a Dios. Hoy, como comunidad, su iglesia tiene una oportunidad de oro para vivir el camino de amor que Jesús mismo trazó.
De Jesús, se nos dice en el libro de Apocalipsis que es el testigo fiel, aquel por el cual podemos conocer verdaderamente a Dios. El primero y único ser humano que ha vencido la muerte. El que gobernará todos los reinos de la tierra con justicia y equidad; Él es también el que ha redimido un pueblo con su sangre para compartir con él su Reino y su sacerdocio. Así que, en lo que refiere a los que le hemos creído, las buenas obras no son una opción, son el resultado de la expiación y la purificación que la sangre de Cristo ha hecho en nosotros.
El nombre de Jesús está relacionado con la salvación que vino a traernos. Porque Él, ciertamente es el autor de nuestra salvación. Vino a salvar su pueblo perdido. Muerto, en realidad, en sus delitos y pecados. Si Cristo es el salvador de la humanidad, fuera de él no tenemos esperanza alguna. De hecho, la muerte lo viene anunciando desde el principio. El juicio de Dios así lo ha decretado. No hay escapatoria. Porque el pecado es quien, en realidad, nos priva de la vida.
La declaración del ángel nos hace ver cuál es el nivel de nuestra corrupción. Que todos los hombres y mujeres somos menesterosos de la Gracia de Dios. Que somos esclavos del pecado. Y que en nosotros no existe nada que se parezca a la justicia verdadera.
Así que, Cristo es nuestra salvación: Por un lado, es nuestra expiación en términos absolutos. Nos trae un perdón totalmente gratuito que nos libra de nuestra condena: La muerte. Al mismo tiempo, nos reconcilia con Dios. Incluso nos libra de la tiranía de Satán para que vivamos a la justicia, tal y como nos dice el apóstol Pedro. Por lo tanto, nuestra confianza ya no está en nuestras obras, ni en nuestras capacidades, sino en el poder que emana de la cruz.
Es cierto que cuando el ángel dice “su Pueblo” se está refiriendo al Pueblo de Israel, pero no podemos perder de vista que pronto los gentiles iban a ser incorporados, según la promesa hecha a Abraham. Por lo tanto, la promesa de salvación alcanza indiscriminadamente a todos los que son incorporados por fe a “un solo pueblo”.
A veces, la grandeza de la Biblia no está en lo que entendemos, sino en lo que nos es velado. Qué claro estaba en las Escrituras que Dios se haría hombre naciendo de una virgen. Sin embargo, el Mesías sólo fue reconocido por unos pocos escogidos.
Las Escrituras son “el periódico” de Dios. En ellas sus “periodistas” nos hablan acerca de
Él, de la vida, y del hombre. En ella leemos acerca del pasado, el presente, y el futuro. “Dios con nosotros”. En estas pocas palabras encontramos la humanidad, la deidad, y el propósito de su venida: “Dios con nosotros”, este es Jesús.
Dios no ha dejado de transmitir su mensaje y sus intenciones a través de su Pueblo. El rey David tuvo una relación especialmente estrecha con el Señor. Dios siempre ha sido fiel a su Palabra y ha cumplido siempre sus promesas. De la descendencia de David vendría el Mesías, y así fue. Nadie a conseguido acallar la voz de sus profetas. Muchas otras profecías se cumplieron en Jesús. Como que vendría de Egipto tras refugiarse allí hasta la muerte del rey Herodes, o que viviría en Nazaret. En Jesús convergen la ley y los profetas. Él es el cumplimiento de la Palabra en todos los sentidos.