9. Este versículo nos habla acerca de la fuerza de atracción que tiene el pecado. Si uno se encuentra frente a un torrente de agua que baja con toda su fuerza, no puede que la corriente no lo arrastre.
El pecado es como una enfermedad que se contagia rápidamente. El ser humano es un ser mimético. Por lo tanto, no podemos evitar imitar a los que nos rodean, entre otras cosas, para no ser excluidos del “rebaño”. Así que sortear el pecado es siempre algo, como poco, complicado.
Uno de los síntomas del pecado es su virulencia. No sólo se contagia exponencialmente, también nos pone en estado de alarma constantemente. El pecado nos hace agresivos, implacables, severos, incluso crueles. Hace que pensemos con el estómago. Cualquier injusticia nos parecerá razonable, con tal de satisfacernos o proteger lo que es nuestro. Y quien perturbe nuestra paz de cartón piedra, lo pagará caro. Porque el pecado termina sujetándonos irremisiblemente a la ley de la selva.
En contraste, el Señor ha prometido protección y defensa contra los enemigos de aquellos que viven en su presencia. Son muchas las dificultades y peligros que aguardan aquellos que siguen los pasos de Jesús, pero Dios, nuestra roca, siempre está a una oración de distancia.
Ciertamente, sólo hay una forma de andar por caminos de justicia y no de iniquidad, sirviendo al único Dios verdadero. Solamente el Señor puede darnos luz para ver y discernir correctamente entre el bien y el mal. No es sabio confiar exclusivamente en nuestros razonamientos. El asunto es más complejo de lo que parece. El bien y el mal se entremezclan y a menudo es muy difícil discernirlos. De esto nos habla la parábola del trigo y la cizaña. Hay que esperar a que el bien y el mal se desarrollen y que cada uno siga su curso. Sólo entonces, cuando ambos están lo suficientemente maduros, se puede intervenir. Así será al final de los tiempos.
Deberíamos cuidarnos mucho de caer en la hipocresía. Nada es condenado por Jesús con más vehemencia. La hipocresía es altamente contaminante, porque el nombre de Dios es el primero en quedar maltrecho, y además, es piedra de tropiezo seguro para todos aquellos que quieren entrar al Reino de Dios.
Si hay algo que queda claro en las Escrituras acerca de los últimos tiempos es que. Nada es lo que parece. Sólo Dios parece distinguir las ovejas de los cabritos. Aquellos que son condenados no salen de su asombro y consternación, mientras la sentencia del Señor es de una severidad implacable. El Señor vincula la hipocresía directamente con Satanás y el mismo infierno.
Hoy estamos a tiempo de abrazar la Gracia, aunque esta sea una cruel Cruz a la que tengamos que aferrarnos. Es la única puerta de entrada a la gloria eterna y sólo se abre a través del arrepentimiento, que siempre pasa por desnudarnos de toda apariencia de justicia.
La mentira es la negación de la verdad con todo lo que ello implica. No es posible tener un pie en cada lado. Y manifiestas son las obras de aquellos que tienen, aunque sólo sea un pie, en ella: superstición y ocultismo, inmoralidad sexual, odio e idolatría. Ninguna de estas cosas habrá en la Jerusalén Celestial. Porque la verdad ya habrá abolido la mentira.
Aquellos que aman la mentira desprecian la vida humana. Porque es su estómago quien les gobierna, por lo tanto, todo aquello que se antepone a su deseo les estorba y debe ser quitado, sea como sea. Muchos inocentes han muerto a causa de su fe. Porque aquellos que aman la mentira no soportan a los que no se sujetan a ella. Los hijos de la mentira son siempre motivo de tropiezo. Provocan ellos mismos conflictos donde no los hay, y luego vienen a “salvarnos”. Pues allí donde prevalece la mentira allí hay conflicto. Son mentirosos compulsivos porque es su alimento día y noche.
Por ajena que pueda parecernos la mentira y el odio que la acompaña. Nadie tiene las manos limpias de ella. Todos necesitamos levantarlas implorando perdón al único Dios verdadero, padre de toda misericordia. Porque quien no lo haga, ciertamente acarreará las consecuencias, y no entrará en la vida eterna.
SUMARIO
Habiendo sido justificados por la fe, y, por lo tanto, teniendo paz con Dios. Podemos satisfacer nuestra necesidad imperiosa de hablar con Él. De levantar nuestras oraciones delante de su presencia. Podemos pedir su vindicación, podemos pedir su protección. Porque ahora, ya no somos contados entre los malhechores.
Ahora podemos derramar toda nuestra ansiedad sobre Él, y superar todos nuestros miedos con Él. Porque ahora estamos en disposición de enfrentar su juicio sabiendo que ya hemos sido justificados por la sangre de Cristo. Ahora ya no tenemos nada que ocultar. Ya no estamos enredados entre el bien y el mal, engañando y siendo engañados
Algún comentarista sugiere que este “no juntes” en realidad se refiere a “no me apiles”, en clara referencia a un montón de cadáveres, porque el verbo empleado también significa “destruir”. David es consciente del justo juicio de Dios que tarde o temprano pasaremos todos.
La violencia, el odio y la crueldad se cuecen a fuego lento. Hoy podemos vernos como personas que nunca pueden caer en estos graves pecados, pero el proceso de transformación suele ser lento y gradual. No hace falta mirar el pasado reciente, incluso hoy vemos reacciones violentas en sociedades donde hace poco era impensable. A Satanás no le gusta la cocina rápida, le gusta tomarse el tiempo que haga falta para conseguir lo que quiere.