8. El salmista ha encontrado aquello que de verdad deleita su alma. Es un gozo profundo y santo: Disfrutar de la presencia de Dios ¿Y dónde podrá encontrarla? En Su casa.
Pero la realidad es que, Dios habita en corazones humanos. Es en nuestro interior donde su fuego, no sólo inflama nuestras vidas, sino también todo lo que nos rodea. Por lo tanto, el Espíritu Santo, no sólo habita en mi corazón, también lo hace en los de todo su Pueblo. Por lo tanto, es un fuego que para mantenerse necesita de contacto. La comunión de los santos en la casa de Dios es el horno de su Gloria. Es allí donde el gozo se multiplica exponencialmente. Es allí donde Dios se hace tangible en su cuerpo, que es su iglesia.
Sin duda, un claro indicador de la salud de la iglesia es nuestro compromiso con la comunidad. Ojalá, Dios ponga en nosotros aquel ferviente deseo que David tenía por su casa. El anhelo de habitar en la casa del Señor todos los días. De disfrutar de su belleza y su presencia. De buscarle allí donde puede ser hallado. David, consciente de su vulnerabilidad, sabe que necesita el cobijo y la protección que ofrece vivir al abrigo del altísimo.
El templo de Dios es aquel lugar donde podemos encontrar a Dios para expresarle todo nuestro agradecimiento por sus victorias en favor nuestro.
Cuando nos reunimos a celebrar a nuestro Dios sólo podemos cosechar gozo. Todos los que nos reunimos en su nombre recordamos los buenos momentos que hemos vivido juntos como una familia que se ama en el Señor. Es, sin duda, una experiencia transformadora “¡Cuán amables son tus moradas!” dice el Salmista. Ciertamente, ninguna muestra de afecto, hecha en el nombre del Señor, es en vano. Porque Dios no es un ser solitario. Él es el Señor de las multitudes, o de los ejércitos, ese es su nombre ¿Se deshace nuestra alma anhelando la comunión de los Santos? Porque allí es donde habita el Señor, en medio de la alabanza de su pueblo.
El salmista ha descubierto el gozo de estar en la presencia de Dios. Afirma que es mejor un día en los atrios del templo que mil fuera de ellos. Es ciertamente un mandamiento de Dios acudir a la reunión que Él mismo ha convocado, pero más que una convocatoria, es un solo gozo compartido con todo su pueblo. Para el salmista es un verdadero acicate, afirma que le motiva a buscar su voluntad y a servirle, “buscaré tu bien” afirma.
Cuanto más valoremos nuestra salvación, más grande será nuestro gozo, y nuestras ganas de cantar y gozarnos en el Señor. El deseo natural del creyente, al contemplar su salvación, es cantar y bailar al son de la música.
El templo de Dios es también el entorno donde recibimos su Palabra. Es la esfera donde manifestamos nuestras inquietudes, donde Dios nos escucha, y donde Dios nos responde. Cuando Jesús, con sólo trece años, se “perdió” en el templo durante 3 días, no sólo les estuvo enseñando, también escuchaba a sus oyentes, y les respondía en función de su necesidad.
El lugar de reunión, aquel donde el Señor nos ha convocado, es el lugar donde se tratan los asuntos de la vida que realmente importan. No hay agenda más importante que la del creador del Cielo y de la Tierra. De Él nos viene la verdad, acerca de lo que ya ocurrió, de lo que está pasando, y de lo que acontecerá. Es nuestra obligación acudir a su llamado. Porque cada uno de nosotros tiene una labor asignada en la agenda de Dios.
Pero, lamentablemente, el templo de Dios también se corrompe fácilmente. En un santiamén se convierte en un lugar de “trapicheo”. Un juego de poderes donde se comercia con lo santo. Cuando los hombres suplantamos a Dios, sólo podemos esperar corrupción, y la temible ira de Dios. Por ello, es sumamente importante que la oración y la Palabra de Dios nunca dejen de tener la preeminencia en la Casa de Dios. Nunca deberíamos acercarnos su casa sin temor ni temblor. Porque grande es allí el celo de Dios.
La Casa de Dios también es también el lugar donde nos contagiamos de su Gloria. Es habitación de recogimiento y de intimidad con el Altísimo. Es el hábitat natural donde nuestras vidas se equilibran y donde las cosas se ven tal como son. Allí vemos que su misericordia es mejor que la vida, allí es donde nuestros labios se desatan para alabarle.
En definitiva. Se trata de estar en la misma presencia de Dios. Y:
- Dios habita allí donde es tenida en cuenta su Palabra.
- Dios sólo puede habitar entre su Pueblo si este se arrepiente y hace sacrificios de acción de gracias. Sólo por la sangre del cordero de Dios podemos habitar en su presencia.
- Los símbolos nos acercan a realidades espirituales eternas, como la Gracia de Dios, o a su misma presencia en medio de las multitudes celestiales.