Salmos 26:5

5. Dios puede perdonar a todos sus enemigos. No importa cuán grande sea la distancia que el pecado haya provocado entre ambos. Pero hay algo que Dios no puede tolerar: Disfrazar la maldad de uno con su santo nombre. No quedarán sin su justa retribución todos aquellos que así viven del engaño. Estos exigen a los fieles una piedad que ni siquiera conocen. Imponen pesadas cargas que de ninguna forma son capaces de sobrellevar, ni tampoco quieren. Tienen apariencia de espiritualidad, pero en realidad sólo la carne los mueve.

La oración es la mejor arma contra aquellos que pervierten lo que es bueno con orgullo. Porque invocando la presencia del Señor, todo orgullo se deshace. El temor de Jehová es la mejor brújula para la vida. Por el temor de Dios sabemos encontrar la dirección a seguir que nos marca la Palabra de Dios.

Una característica del inicuo es que sus ataques son preparados y llevados a cabo en lo secreto. Nadie sospechará de él. De su lengua salen falsas acusaciones. Prepara el corazón de aquellos que le rodean para llevar a cabo sus agresiones contra el justo. Otro rasgo es el orgullo, la altivez de espíritu, el complejo de superioridad, un alto concepto de sí mismo que lo lleva a menospreciar a los demás. La tercera particularidad es el engaño. Se nutre de él. Lo esparce por todas partes. Nada le ofende más que la verdad, por eso se aparta constantemente de ella.

Difícilmente puedo llegar a odiar a un perfecto desconocido. Para odiar y o para querer a alguien es necesario haberle conocido previamente. El conocimiento, nos lleva inevitablemente hacia una dirección o hacia otra. Deducimos pues, según corroboran también los evangelios, que aquellos que pueden “odiar a Dios” en propiedad son aquellos que mejor “le conocen”. A Jesús le mató el estamento religioso de su época. Aquellos que, teóricamente, deberían haber sido los primeros en reconocerle.

Hay un celo que es propio de la obra de Dios y que actúa contra todos aquellos que usurpan lo sagrado, véase: Se asignan el nombre de Dios cuando no les corresponde, piensan que pueden conocerle por sí mismos, y confunden sus propios ídolos con el único Dios verdadero a quien todos debemos temer y obedecer.

No somos llamados a vivir fuera del mundo sino dentro de él. Y vivir piadosamente en él no va a ser fácil. Hay una corriente muy poderosa que nos arrastrará sino estamos bien cimentados en el Señor y en su Palabra. Para ello será necesario tener nuestro tiempo de comunión con nuestros hermanos, meditar las Escrituras, orar y participar en la adoración y alabanza que nos corresponde como hijos redimidos. Ir contra corriente no es fácil, pero tiene su recompensa. Porque el gozo y la paz que nos da el Señor no tiene parangón.

No sin antes ser llenos del Espíritu Santo debemos estar entre aquellos que la sociedad desprecia y rechaza, incluso a causa del pecado. Jesucristo no vino a salvar a justos, sino a pecadores, y debemos ir a ellos para que puedan ser alcanzados por el Evangelio.

Las buenas nuevas de Dios son para todos sin excepción. Sin embargo, el Señor sí nos pide que nos apartemos de algunos. Concretamente, de aquellos que profesando ser hijos de Dios, viven entregados a la idolatría, la promiscuidad sexual, la avaricia o el hurto. A estos debemos dejarlos porque hay un juicio severo de parte de Dios hacia este colectivo, y el Señor no quiere que lleguemos a ser como ellos.

Cuando David dice que los “odia”. No se está equivocando en el uso de este verbo en particular. Rechaza tanto lo que son como lo que hacen. Sabe que ir con ellos supondría participar de sus mismas obras. Es notorio que el rechazo sin paliativos no es al individuo en sí, sino a los que así obran en su conjunto. Sólo hay una cosa que mantiene a David a salvo y alejado de aquellos que utilizan el nombre de Dios para cubrir sus maldades: Su estrecha comunión con Dios.

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