Salmos 26:01

1.  Hay una relación entre la petición de justicia al Señor del salmista, la integridad en que ha andado y la confianza o fe depositada en Él. Podemos decir que: Justificación, integridad y fe son tres miembros de un mismo cuerpo. Porque el Pueblo de Dios es justificado mediante la confesión de sus pecados, anda íntegramente tras haberse arrepentido, y afronta el angosto camino de la vida por fe.

Uno de los grandes errores en los que puede caer el creyente es el de juzgar a los hombres, en especial a aquellos que comparten su misma fe. Debemos y podemos juzgar las obras, empezando por las nuestras, y siempre teniendo en cuenta nuestro propio estado pecaminoso, pero nunca debemos alzarnos como jueces instructores de primera instancia de nadie, porque Juez de la humanidad entera sólo hay uno. Y a este, todos tendremos que rendir cuentas, de nuestras obras y de nuestras palabras. Por ello estamos obligados a presentar toda causa al Gran Juez del Cielo y de la Tierra.

Porque Él pondrá de manifiesto lo más profundo de nuestros corazones. Así que no debemos preocuparnos tanto por los juicios humanos como por el de Dios, porque Él sí conoce la verdad. Ningún ser humano debería pasar por la vida sin antes prepararse para rendir cuentas a Dios, porque nadie podrá evitar este juicio.

A lo largo de las Escrituras encontramos abundantes apelaciones a la justicia que emana de una comunión sincera y estrecha con Dios. De un espíritu humilde, y arrepentido que clama por una misericordia y una redención inmerecidas, pero legítimas por la sola Gracia Divina.

El Salmista, en numerosas ocasiones no teme el juicio de Dios. Se enfrenta a Él apelando la obra redentora y restauradora de Dios en Él. Pide que su testimonio no sea motivo de escarnio por parte de sus enemigos. De aquellos que rechazan a Dios y su pacto.

El salmista sabe que vivir piadosamente tiene un precio. Sabe que por su manera de vivir será difamado y tratado injustamente. Será incluso llevado a juicio por falsos testigos, y falsas acusaciones. Pero en el nombre de Dios está la salvación de quien confía en Él.

El corazón arrepentido y humillado es el mejor testimonio que podemos dar al juez de nuestras vidas. Dios no rechaza nuestras peticiones cuando estas van acompañadas de transparencia y sinceridad. Si somos humildes y honestos declararemos nuestro fragrante fracaso al intentar vivir justa y piadosamente delante de Él. Pero a su vez, Dios valorará nuestra sincera vocación hacía Él y sus preceptos, además siempre estará presto a ayudarnos en nuestro cometido en favor de la integridad y la bondad. Porque la integridad, la rectitud y la verdad son los baluartes de todo aquel que ama a Dios, de todo aquel que busca su redención.

Vivir íntegramente no es algo sofisticado, no es preciso tener titulación académica, ni estudios teológicos. Cualquiera puede andar en la Gracia de Dios. Pero, ello nos obliga a tener total transparencia con Dios. Mostrarnos diariamente delante de Él tal y como somos. Porque, en definitiva, se trata de ser cartas abiertas dónde Dios escriba su mensaje de amor a la humanidad.

Vivir en medio de la comunión que ofrece la iglesia, la comunidad de aquellos que creen en el Señor Jesucristo, puede ayudarnos a vivir justa y devotamente delante de Dios. Porque a todos nos es común un mismo Espíritu Santo.

Cuanto más profundizamos en el conocimiento de Dios, más llenos somos de su paz y su amor. Más libera nuestros corazones de nuestro egoísmo y más nos vemos impelidos a desprotegernos y a sacrificar nuestras vidas por amor a otros. Porque confiamos en el único Dios verdadero. Nuestra fortaleza y nuestro protector.

Vivir alejados de Dios siempre nos acaba afectando. Nos hace malvados y nos despoja de toda compasión. Vivir así nos llena de temor, y el miedo siempre termina poniéndonos trampas donde quiera que vayamos. Nos aísla y nos hace suspicaces. Algo que no ocurre con aquel que ha puesto toda su confianza en el Dios de la Biblia. Este no teme porque Dios mismo ha puesto su Palabra en su corazón. Él le protege de sus enemigos, lo guarda de todo tropiezo y le sostiene en cualquier circunstancia.

Porque sólo Dios puede protegernos realmente del mal. En última instancia, sólo su mano protectora puede preservar nuestra vida ahora y más allá de la muerte. Por fe andamos, y por ella también somos levantados cuando tropezamos. Es la “línea de vida” que nos protege en caso de caída mientras escalamos los montes de esta vida.

En definitiva, hay un reconocimiento de la autoridad y la justicia divina por parte del salmista. Luego se expone a ella, y pide a Dios que actúe conforme a la integridad de su fe.

@carlesmile

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