1. Dios tiene siempre sus propios tiempos. El actúa conforme sus planes y designios, y estos siempre están por encima de nuestras limitaciones. El Señor siempre está ahí, aunque solo se deje ver con cierta claridad en determinadas ocasiones. Pero tan importante como su presencia es aquello que nos tiene que decir. Normalmente no sabemos orar. Dios suele ser poco más que un oráculo personal. Pedimos principalmente para nuestras necesidades, y poco más. Ignoramos que nuestra mayor necesidad es conocerle a Él.
El primer atributo de Dios es su omnipotencia. Nada que nos podamos imaginar es imposible para él. También debemos saber que necesitamos más a Dios que cualquier otra persona o cosa en el mundo. Es una estrecha relación con Dios, y escuchar todo lo que nos tiene que decir lo que llegará a darnos plenitud. Pero no podemos acercarnos a Él de cualquier manera. No podemos acercarnos a Dios sin la integridad necesaria. Para empezar, no podemos ocultarle nada, por lo tanto, debemos ir a su presencia con total transparencia. No debe quedar atisbo de pecado sin confesar. Solo el camino de la verdad nos lleva a Él. No podemos acudir con dobleces, ni con ocultas intenciones. Es menester abandonar toda forma de hipocresía. Nadie puede permanecer en su presencia con alguna mancha de pecado por oculta que se encuentre. Antes de acudir a Él es necesario santificarnos en la sangre del sacrificio que Dios mismo ha provisto: Jesús, el cordero que quita el pecado del mundo.
La voluntad de Dios no es algo para ocasiones puntuales, incluye toda la vida. Uno debe estar preparado ante cada disyuntiva que plantee la vida. Los planes de Dios son para cualquier edad. El mismo Dios que, en su día, pidió a Abram salir de Ur de los Caldeos, es el que hoy le pide caminar delante de su presencia con integridad. Abram tenía que aprender que no hay mejor forma de andar en integridad con Dios que dependiendo exclusivamente de Él.
En la persona de Jesús tenemos a Dios con nosotros. No hay revelación de Dios en las Escrituras en las que la segunda persona de la trinidad, el Hijo que está en el seno del Padre, el Verbo de Dios, no haya intervenido. Él es el único que puede dar a conocer Dios el Padre. Jesús es el Señor que encontramos en las Escrituras. Aquel Dios todopoderoso que se dio a conocer a Abraham, Isaac, y Jacob. Él es el autor de todas las cosas a través de los tiempos. Él fue el gozo y la esperanza de Abraham, pues Abraham se alegró y se regocijó esperando ver el día de su nacimiento. Él es la Palabra de Vida que recibió Moisés en el monte Sinaí. Él es el principio y el fin. Jehová, aquel cuyos caminos son justos y verdaderos.
Llegó un momento en la vida de Abraham, en que este ya se había acostumbrado a Ismael. El patriarca llegó, finalmente, a la conclusión de que el hijo de Agar era la promesa de Dios. Nada más lejos del plan de Dios. Abram ignoraba todas las proezas que Dios aun le tenía preparadas, entre ellas su hijo Isaac nacido de Sara, a pesar de su avanzada edad. Abraham aún tenía que conocer y experimentar quién es el único Dios, cuyo nombre es Todopoderoso. Aquel que creó los Cielos y la Tierra.
Porque aquello que para los hombres es imposible, para Dios no lo es. Abraham tenía que saber que su Dios, aparte de ser todopoderoso, también era su padre. Un padre que lo amaba con amor eterno. Hoy, los que participamos de la fe de Abraham también compartimos esta necesidad: Conocer a Dios como padre, y su amor por nosotros en Cristo Jesús.
Abraham tenía que aprender a caminar con Dios. La fe es relación constante con Dios a cada paso que damos. Aquellos héroes de la fe que precedieron a Abraham, como Enoc y Noé, fueron justos por la comunión que tuvieron con Él.
Dios cumple sus promesas cuando su pueblo anda por sus caminos, cuando nuestra manera de vivir corresponde a las Escrituras. El rey David gustó de la misericordia de Dios porque anduvo con sinceridad delante de Él, tuvo la valentía y la humildad necesarias para obedecer su Palabra, y a su vez, confesar su pecado. La grandeza de David radica en que fue sirvo de Dios antes que rey de Israel.
Los frutos del cristiano se dan en toda buena obra, y su crecimiento en el conocimiento de Dios. Tal y como dice el libro de Hebreos 12:28: “Nosotros, que hemos recibido un reino inconmovible, debemos ser agradecidos y, con esa misma gratitud, servir a Dios y agradarle con temor y reverencia.”, porque permaneciendo en Jesucristo, debemos andar también como él anduvo.
La perfección no existe, al menos en lo que a lo humano se refiere. Entonces ¿Por qué pide Dios a Abraham que lo sea? La perfección que Dios pide no es la que el hombre puede conseguir por sí mismo, sino la que puede adquirir “caminando con Dios”. Debemos “andar” su mismo paso reflejando tanto su misericordia como su justicia. Porque Él es quien nos da las fuerzas en todo momento, y es Él el que endereza nuestras sendas para que no caigamos. La perfección bíblica no es tanto llevar a cabo determinados actos, sino más bien tener una actitud: La de amar y honrar a Dios, en toda nuestra manera de vivir.
Caminado con Dios tenemos “el freno” y “la dirección” necesarias para que nuestro vehículo no sufra un accidente. Ahora, si hemos creído en el Señor Jesucristo somos hijos del Altísimo, por lo tanto, Dios es nuestro Padre. Ello tiene dos implicaciones trascendentales: Una es que Dios se volcará a cuidarnos, porque él es un padre lleno de amor y de justicia, y la otra es que, fruto de nuestra relación con Él, debemos y podemos reflejar su santidad en nosotros.
El amor de Dios con nosotros es de una magnitud inimaginable. Un amor concebido antes incluso de la fundación del mundo. Un amor que no solo nos salva, también nos transforma y nos santifica.
Dios puede hacer por nosotros cosas increíbles. Pero no las hace de fuera hacia dentro sino al revés. Él no es, ni será nunca, instrumento de nuestros caprichos. Él va obrando por su Espíritu Santo, desde dentro. Y lo hace profunda y gentilmente.
Somos llamados a vivir en medio de una sociedad corrupta que mal vive sumida en tinieblas. Nuestro deber es esforzarnos por permanecer sin mancha en medio de ella. Somos aire fresco en medio de un mundo miserable, sofocante y contaminado. Es nuestra responsabilidad reflejar en nuestro modo de vivir la luz del único Dios vivo.
Para el cristiano el objetivo en la vida debe ser Cristo. Cada día debemos acercarnos más y más a Él, porque Él ya se ha hecho cercano a nosotros. No debemos conformarnos con cumplir determinadas normas que nos hagan sentir bien. Antes de las grandes obras vienen nuestra cortesía, nuestra amabilidad, discreción y cordialidad, que deben ser manifiestas a todos sin excepción.
Somos llamados a estar dispuestos a recibir al Señor cuando venga en las nubes con sus santos. La santificación no es un camino por el cual vamos obteniendo puntos en función de nuestro progreso. Es más bien una rendición constante a nuestro Dios. Mediante esta entrega, el Dios de paz viene y llena nuestras vidas transformándonos. Mediante esta labor, el Espíritu Santo guarda y guía nuestro cuerpo, alma y espíritu hasta que Jesús vuelva. Todo ello es posible mediante la sangre de Cristo que limpia nuestra conciencia y nos prepara para buenas obras. Esta es la santificación que nos ha sido otorgada. Por ella tenemos paz con Dios, y paz con los hombres.
Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría. Judas 1:24
Reblogueó esto en Iglesia de Pubilla Casas.
Me gustaMe gusta