Génesis 15:13

13. En un mundo en que el bien y el mal se hallan tan entremezclados, es menester que nos acerquemos a aquel que sabe perfectamente cómo diferenciar el uno del otro. Abram recibió el conocimiento de la voluntad de Dios por la comunión que tenía con Él. Por esa cercanía, Abram supo atender y escuchar la palabra de Dios. Conviene conocer la perspectiva de Dios, pues ella alcanza no solo el presente, sino también el pasado y el futuro. Nada como el conocimiento de Dios dejará en nosotros su imprenta. Y muchos lo verán, y temerán.

La Palabra de Dios, las profecías que encontramos en ella, nos son luz y esperanza en medio de un mundo de oscuridad y tinieblas. No estamos en este mundo para quedarnos, sino que andamos por él como peregrinos en medio de un entorno hostil al Reino de Dios, mientras esperamos el nuevo amanecer.

La tierra prometida a Abram es figura de la Jerusalén celestial. El patriarca y su descendencia tendrán que vivir con esta esperanza todos los días de su vida. Serán un pueblo extranjero y peregrino hasta que llegue el día de la promesa.

El Pueblo de Dios experimentará la esclavitud, pero también será redimido y libertado por Dios. De esta gracia, y de esta redención, que hemos recibido como su pueblo, debemos dar a los demás, si en verdad la hemos gustado. De gracia recibimos, de gracia debemos dar.

Por fe, Abraham obedeció cuando fue llamado a salir del lugar donde vivía para recibir un lugar por herencia que ni tan solo conocía. Toda su vida fue extranjero y advenedizo, sus días fueron una travesía que jamás terminó, vivió en tiendas de campaña aun pisando la tierra prometida, porque su esperanza estaba puesta en el Reino de Dios, la ciudad eterna e inconmovible del gran Rey. Por la fe, Sara concibió aun siendo demasiado mayor para ello, porque sabía que Dios era fiel para darle la descendencia que había prometido. Ella y su marido sabían que la verdadera tierra prometida no solo sería para ellos sino también para su descendencia, sabían pues que, en algún momento de la historia, del mismo modo que Dios dio poder a Sara para concebir a Isaac, así ellos mismos vivirían más allá de la muerte, porque Dios siempre cumple sus promesas. Sabían que, llegado el día, verían por el poder de Dios, una descendencia incontable, de la cual hoy, por esa misma fe en Jesucristo, podemos formar parte.

Dios tiene su propia manera de hacer las cosas. La nación de Israel se forjará en medio de la esclavitud de Egipto durante cuatrocientos treinta años. Pero, estos años de servidumbre servirán para que Dios manifieste su poder y su salvación. La redención de Israel será sin duda el acto más importante que Dios llevará acabo con su Pueblo. Este deberá ser recordado y reconocido practicando el día de reposo, señal inequívoca del pueblo del Dios que hizo los Cielos y la Tierra.

Este es un mundo de esclavitud, no hay nada ni nadie que no escape a ella. Empezando con la misma creación, todo está sujeto a vanidad. La esclavitud a la temporalidad, la muerte, y el pecado no nos dejan otra opción que aferrarnos a la esperanza.

Siendo pecadores, y estando muertos en nuestros delitos y pecados, Dios nos dio vida en Cristo Jesús. Pero, sin una conciencia de pecado, y sin el conocimiento de la justicia y la santidad de Dios difícilmente clamaremos a Dios por su Salvación.

La profecía hecha a Abram finalmente se cumplió. El pueblo de Israel, su descendencia a través de Isaac viviría sujeto a esclavitud durante 430 años, pasados los cuales fueron libertados por el poder de Dios.

La esperanza prometida a Abram se dio antes que la ley. La ley vino a poner de manifiesto nuestro pecado, así como la santidad y la justicia de Dios. Cuanto más consideramos la Palabra de Dios, más somos transformados mediante la esperanza que Dios nos ha dado mediante Cristo Jesús.

Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.
Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa;
porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido.
Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto, salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar.
Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Hebreos 11:8-13

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