Por consiguiente, no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu. Romanos 8:1
01. Una vez tenemos conciencia de cuál es nuestro estado, es más fácil darse cuenta de cuán necesaria es la salvación en el ser humano ¡Cuán preciosa es nuestra fe, y que dichosos somos! ¡Qué grande es creer en el Señor Jesucristo! Pero creer en el Señor Jesucristo no significa, meramente, adoptar ciertos dogmas y cambiar ciertas costumbres. Creer en el Señor Jesucristo significa aferrarnos a Él, depositar toda nuestra confianza en Él, esperar en Él. Porque todo el que así hace no es juzgado ni condenado. Por el contrario, todo aquel que no hace así, dice la Escritura, ya ha sido juzgado y condenado por Dios. Porque fuera del unigénito Hijo de Dios, Jesucristo, no hay salvación.
Dios nunca ha dejado de tener piedad de la raza humana, su voluntad de hacer volver al hombre de su estado pecaminoso ha sido constante. Dios ha puesto, desde el Génesis hasta el día de hoy, su luz para salir de las tinieblas en las que nos hallamos sumidos. Esa luz admirable que ilumina toda la historia es Jesucristo.
Solo por la fe en el Señor Jesucristo y su Palabra podemos ser salvos. El más notable de los beneficios que nos otorga la Salvación es la Paz con Dios. Dejar de estar recibiendo su ira, poner freno a la maldición que conlleva nuestra existencia, y gozar ya de una relación para la cual fuimos creados en la que todo nuestro ser se humilla delante de su presencia, adora y alaba constantemente al Dios trino, tres veces Santo, y creador nuestro, y de los Cielos y la Tierra.
La luz nos incomoda, huimos de ella constantemente, porque ella pone de manifiesto nuestro pecado: Nuestra rebeldía contra Dios y nuestra consecuente maldad. Sin embargo, las tinieblas nos atraen ya que nos ofrecen todo lo necesario para seguir pecando sumidos en el más profundo de los engaños, porque, de hecho, ya hemos sido condenados.
Solo hay una manera de alcanzar esa salvación, y es escuchando la Palabra de Dios. Palabra enviada por Dios, humanada en Jesucristo y llevada a nosotros por el Espíritu Santo. Al creer la Palabra de Dios, al depositar nuestra fe en ella, al darle el valor que demanda la única verdad, entonces nos sobreviene el gozo de la vida eterna que nos ha sido dada por voluntad divina, deja de pesar sobre nosotros la condena que merecemos, y pasamos de muerte a vida. Jesucristo tomó la maldición de la ley y la hizo suya allí en la cruz.
En Cristo Jesús se produce una maravillosa unión con Él, en la que nosotros mismos somos parte de la relación divina. De repente tomamos conciencia de que Jesús vive en el Padre, nosotros en Jesús, y Jesús en nosotros.
Con la conversión nacemos de nuevo. Dios crea un nuevo ser en nosotros en Cristo Jesús. Ahora, ya no es necesario vivir otra vez bajo los rudimentos de nuestra vieja naturaleza, la que nos hace pecar una y otra vez. El apóstol Pablo nos anima a que miremos hacia delante, que observemos la nueva creación que Dios está realizando. En Cristo Jesús la perspectiva de la vida y la manera de vivir cambian radicalmente. Nada que ver con lo que dejamos atrás.
Existe un Cielo al que ahora pertenecemos. No debemos olvidar que esa es nuestra verdadera Tierra, nuestra patria de verdad. Nada de este mundo, por bello y maravilloso que sea es comparable a la nueva creación que el Señor está preparando.
En Cristo Jesús todos somos iguales. Somos como una sola raza. En Cristo Jesús tampoco hay ricos ni pobres. Tenemos que aprender a vivir sin poner nuestra confianza en el Dinero. En Cristo Jesús todos somos hermanos: hombres y mujeres. Somos una sola familia. Por último, si pertenecemos a Cristo somos descendientes de Abraham, tanto como el más ortodoxo de los judíos. Ya no somos extranjeros ni advenedizos. En Cristo somos el Pueblo de Dios.
No podemos con la carga de la ley, no podemos cumplirla por nuestras propias fuerzas, por mucho empeño o voluntad que pongamos. La ley, o bien hace germinar en nuestro corazón un espíritu de frustración y abandono, o bien un espíritu de hipocresía y orgullo. Solo en este espíritu de frustración y abandono podemos aferrarnos a la fe de Cristo. Santificados solo por su gracia, Dios nos perdona, por un lado, y nos regenera y capacita por otro para llevar a cabo las buenas obras que antes no podíamos. Es decir, Dios antaño escribió la ley en dos tablas de piedra, pero hoy la escribe en nuestros corazones.
Antes no nos quedaba más remedio que andar según la carne, hoy ya no tenemos por qué hacerlo si lo hacemos mediante el Espíritu. Las Escrituras identifican claramente los hijos de Dios; “Aquellos que andan conforme al Espíritu de Dios.
El Señor Jesucristo nos ha salvado de la condenación, pero también nos ha redimido de nuestra vana manera de vivir, y de toda iniquidad. Lo ha hecho para purificar un pueblo para sí celoso de buenas obras. Ese es nuestro sentido y nuestro propósito.
Todos los andan conforme el Espíritu no se han deshecho, de repente, de todo sentimiento que pueda provocar la carne, de tal modo que uno pueda vivir envuelto de perfección espiritual. El que anda en el Espíritu es más bien aquel que trabaja diligentemente para subyugar y mortificar la naturaleza carnal, de tal modo que el amor que pertenece a la verdadera religión parece reinar en ellos. Porque el verdadero temor de Dios siempre es vigoroso, de tal modo que consigue erradicar su soberanía, aunque no abolir su corrupción.
La victoria del creyente solo es posible mediante Jesucristo, nuestro salvador y Señor. Como creyentes también, ya tenemos una nueva “Vida en el Espíritu”. En ella vivimos y nos desenvolvemos. La nueva era de la “Redención” ya ha sido inaugurada en Jesucristo. Es ahora, que ya estamos en la presencia de Dios al estar unidos espiritualmente al Señor Jesucristo. Así que no hay condenación para los creyentes. Por lo tanto, tenemos “Paz para con Dios”. Dios ha condenado el pecado en la carne enviando a la cruz a su propio hijo. Nuestro pecado interior es ahora subyugado por el poder del Espíritu que habita en nosotros.
“Esencialmente, el contraste que Pablo destaca es entre la debilidad de la ley y el poder del Espíritu. Uno a favor, y otro en contra del pecado que mora en nosotros, porque la ley es incapaz de ayudarnos en nuestra lucha moral (7:17,20), Pablo ahora nos destaca el Espíritu que también mora en nosotros. Este, ahora, es tanto el que nos libra de la “Ley del pecado y de la muerte” (8:2) como la garantía de la resurrección y la gloria eterna al final de los tiempos (8:11,17,23)”. John R.W. Stott.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. Salmos 51:10