17. Todo tiene que ser, al final, dedicado al Señor. Todo debe ser para su gloria y para su honra, y así será. Si no lo es de una forma lo será de otra. Tanto la salvación, como la perdición del hombre son para la gloria de Dios. Tanto lo que Dios construye, como lo que destruye le glorifica por su santidad.
Dios ha escogido lo más vil de este mundo para glorificarse a sí mismo. No importa lo que los hombres piensen de nosotros, ni cuál sea nuestra reputación, si Dios nos ha perdonado, si Él nos ha salvado, por lo tanto ya no hay nada que temer.
Para Dios, así es nuestro corazón, así somos nosotros. Un corazón misericordioso y humilde es el mejor hogar para el Espíritu Santo que viene a morar a nuestras vidas. Como Hijos de Dios impartimos una secreta y oculta sabiduría de Dios, que Él mismo decretó antes de la fundación de los tiempos. Mediante la hospitalidad muchos han sido partícipes de bendiciones completamente inesperadas. El amor de más valor para Dios es aquel que podamos impartir entre los hijos de Dios. La fe de Rahab fue lo que la salvó. Dios mismo la santificó por su hospitalidad con los espías del Pueblo de Dios. Y es que Rahab es en las Escrituras paradigma de fe fecunda.
Hoy está mucho más cerca el día del juicio de Dios. Nosotros escogemos cómo vamos a glorificar a Dios. Mediante nuestra salvación y entrega, o mediante nuestro orgullo y nuestra perdición ¿Amamos más al Señor que a todas las cosas? El Señor viene pronto. Toda la tierra será destruida como castigo por tanta maldad. Dios se glorificará con ello. Se acerca el día en que la credencial de nuestro Señor Jesucristo ya no será la cruz donde fue clavado sino la sed de su espada. Y es que se acerca el día en que ningún acto de maldad quedará impune sobre la Tierra.
Si alguno no ama al Señor, que sea anatema. ¡Maranata! 1Co 16:22